Botella, ella

Será, dicen, en las próximas horas: Ana Botella oficializará su «sí» a la política y pasará a engrosar la lista municipal que encabeza Alberto Ruiz Gallardón, un hombre que, quizá no a corto, pero sí a medio plazo, suena como aspirante a ocupar el sillón de La Moncloa en el que hoy se sienta el marido de la señora Botella, José María Aznar. Qué duda cabe, y negar esto es rechazar la evidencia, de que la presencia en los primeros puestos de la lista madrileña de Gallardón va a aumentar las posibilidades, ya grandes, de que el hoy presidente de la Comunidad se convierta en alcalde de la capital. En mi opinión, modesta y muy personal, y esto no es ya una evidencia, sino una mera afirmación de la que me responsabilizo, la irrupción de la señora Botella en la vida política mejorará algo las formas y los impulsos de una actividad que, hoy por hoy, está algo encasquillada en los malos modos, en un talante taciturno y en la falta de autocrítica y diálogo. Y algunos de estos defectos le son directamente achacables, por cierto, al propio José María Aznar. Quienes hemos seguido de cerca la vida política y hemos tenido, por tanto, oportunidad de conocer a los personajes que hoy son protagonistas, sabemos bien hasta qué punto Ana Botella se ha convertido en la cara amable de La Moncloa, un rostro que, en cambio, su marido no prodiga cuanto debiera. Sin duda, la falta de diálogo que la oposición achaca muchas veces al presidente no se debe a los consejos que pueda recibir éste de su mujer. Y lo cierto es que Ana Botella ha sido y es una mujer que, con sus matices y opiniones fuertemente conservadores, se ha preocupado siempre por las cuestiones sociales. Quien suscribe, que tuvo la oportunidad de conocerla allá cuando la hoy esposa del presidente era comentarista en Telecinco, puede certificarlo. No es mala noticia que alguien cono Ana Botella, que tiene perfecto derecho a hacerlo, se lance a la arena política.