Diario de León

Antonio Núñez El paisanaje

El encierro

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León

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A seis meses de los Sanfermines y cinco de las municipales el pedáneo socialista de Navatejera, Lorenzo Carro, ha protagonizado un sonado encierro de seis días en su Ayuntamiento de Villaquilambre. Si no salió siete en los periódicos, como los mozos navarricos, fue seguramente porque Navatejera, Villaquilambre y el alfoz de León no tienen todavía comparanza -en el argot de nuestras abuelas, que ahora llaman «llingua lleunesa»- con Pamplona y Villaba, el pueblo de Indurain, aunque por algo se empieza. El asunto es que Carro reclamaba una subvención de 600.000 euros que debía haber cobrado hace dos años (cien kilos de las antiguas pesetas, para entendernos) y, al final, cobró, pero sólo a medias: el alcalde de la UPL, Lázaro Bayón, le dio un cheque por valor de la mitad, con la alternativa de cobrar el resto en mes y pico, o el cien por cien en leches al contado. «Llamo a la policía municipal para acabar el encierro y que te corran en serio, tú veras si desalojas el corral, o sea el Ayuntamiento». Se supone que añadió algo así como «coge el dinero y corre». Este minúsculo, aunque aparatoso, episodio de la vida municipal leonesa revela una vez más dos cosas: primera, que el que no llora no mama, y, segunda, que en la carrera electoral los partidos le han dado candela al chupinazo en la noche de San Silvestre. Para qué esperar a que les pille el toro en la oposición. En el asunto, digamos que «A», el de la deuda, Carro tenía toda la razón: a él le debían equis dinero, y punto. Y, si recurrió luego a los periódicos, sería porque pensó que eran más eficaces, treinta y tantas mil fotos que el cobrador del frac, el cual no deja de ser sólo uno. Pero, asunto «B», también resulta sospechoso que, una vez encerrado el tal Carro, abriera las puertas de su chiquero particular a todo el mundo: a mayores de los fotógrafos y la prensa, también al secretario regional de su partido, Angel Villalba, al portavoz en las Cortes autonómicas, Antonio Losa, al candidato socialista a la alcaldía de León, Francisco Fernández, a la corresponsal de Zapatero en el Congreso de los diputados, señora Amparo Valcarce, a su mujer, cuñados y demás familia, además de Melchor, Gaspar y Baltasar, todos los cuales socorrieron profusamente al prisionero. Sólo faltaba que lo hubieran alargado hasta Semana Santa y se presentara el Genarín y, si eso es un encierro, que venga Dios y lo vea: el alcalde Lázaro Bayón ya no pone un huevo en Internet como técnico informático que es del Ayuntamiento de León capital, el secretario Miguel Hidalgo se presenta ahora para alcalde por el PSOE y el pedáneo Carro querrá, por lo menos, pasar de fontanero en la Diputación, puesto por el que no ha aparecido la última semana, a concejal de aguas. Por lo demás, el ejemplo de Carro no tiene desperdicio y a lo mejor convenía que cundiera. Ahí es nada. Todos los ciudadanos con los que el Estado tiene una deuda, encerrados en el despacho oficial correspondiente: miles de empresarios proveedores en el del alcalde Amilivia o en los de cualquiera de sus colegas de la ancha geografía provincial (la Fele se daría con un canto en los dientes con la mitad de afiliados), millones de subcontratistas haciendo cola día y noche en la Junta o en Fomento, esperando el cheque de Herrera o de Cascos, y, en fin, decenas de millones de contribuyentes por mayo en el chalet de Rodrigo Rato, esperando cobrar la declaración de la renta. Si a esto se le añade la tradicional morosidad española entre particulares, nadie en este país dormiría en casa: unos por lo que deben, otros por lo que no cobran y la inmensa mayoría por las dos cosas a la vez. Seguramente para evitar la demagogia en tan desagradables situaciones se patentaron las tarjetas de crédito, invento sin el cual, cuando no se tienen tres como mínimo, uno no es nadie y hasta socialmente se le mira por encima del hombro. Y hablando de dinero de plástico -o de humo- no estaría de más institucionalizar una Visa para los políticos en la que cargar las promesas incumplidas en cada campaña. O podría encerrarse la gente en sus casas hasta cobrar el voto hipotecado, porque, demagogia por demagogia, o jugamos todos o se rompe la baraja. En cuanto a los encierros de Navatejera y Villaquilambre, como en tantas otras plazas por estas fechas, no se ha lidiado nada que interese a la afición, o sea un brindis al sol del contribuyente. Sólo han hecho el paseillo y se van. Bueno, pues con Dios.

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