Diario de León

Cornada de lobo

Santísimo prepucio

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León

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Me contó una vez Jesús Torbado que andaba con pesquisas infructuosas para averiguar el paradero de una de las reliquias más originales y esperpénticas de las que tenía noticia y que, al parecer, se había venerado en algún convento de Sahagún o de Grajal, no recuerdo bien. Es reliquia delirante en fantasía, pues resulta ser según tradición el dedo anular de María Magdalena, lo que no tendría nada de extraño siendo patraña, si no fuera por el anillo que lo ceñía, que tampoco era anillo al uso, sino cosa rara, como tripa reseca y apergaminada que resultaba ser el prepucio que el Niño Jesús perdió en su circuncisión judía (se ve que alguien lo guardó con unción y acabó como prenda de amor o adoración en manos de la santa de Magdala). Qué barbaridad. Le dije a Torbado que por muy insensato que fuera el disparatado que la inventó, nadie se atrevería a proponer por cierta una reliquia tan ridícula e increíble. Me miró muy serio y concluyó: cosas más teatrales tiene la magia religiosa y la fe del carbonero. Lo cierto es que, si existió y no la han destruído, esa reliquia tiene que andar aún por Sahagún o por allí, sabe Dios. Pero hay otra reliquia aún más ridícula y grotesca que dicta carcajada. La pudieron ver en Hospital de Órbigo cuando al noble más infame de la historia leonesa, Suero de Quiñones, se le ocurrió montar allí un fiestorro de lujo y despilfarro para divertir a los señoritos de la época con juegos de caballitos con gualdrapa, comilonas, asaltos de alcoba y oficios de trastienda para casar a sus cinco hermanas, cosa que logró. Ante tal dispendio insultante hasta la Iglesia anunció excomunión a quienes asistieran a este mundano despropósito que, siglos después, algún majadero convirtió en Paso Honroso y lance de amores puros ocultando la verdadera historia. Pues bien, para aquel fasto llamó Suero a clérigos franceses, lombardos o sajones que oficiaran en la lengua de los nobles europeos que se suponía acudirían al exagerado jolgorio. De Francia vinieron unos frailes que alzaron su capilla de lona. Traían altarín portátil y retablillo, de esos recamados de reliquias santas y, entre estas, asómbrate, causó sensación ¡el salero de la Última Cena!... Como para creer. (Continuará) La marea negra también.

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