Cornada de lobo
Paisano con tetamen
Hasta los catorce años no tuvo derecho a pantalones largos, pelaba las heladas con las rodillas y los que le pusieron fueron heredados de su hermano mayor. Su vestuario cabía en una maleta: dos jerseys, dos pantalones, tres camisas, unos zapatos, unas botas, tres alpargatas, un traje para los días de guardar o de ir al médico y un abrigo que tendría que durarle quince años por lo menos. La ropa, entonces, servía no para decorarse y parecer, sino para abrigar con mayor o menor decoro y elegancia, que cabía; recuerda aquel traje que Nicanor no se apeaba en todo el año, pana parda y rebrillada, pero con su chaleco, su gracia y su reloj patato con cadena de acero que perdió el baño. Desde ese traje y esa compostura, lo que dijera Nicanor iba a misa, que no era el caso, pues mayormente no se trató con los párrocos que le tocaron en mala suerte a su pueblo, menos uno, don Sebastián, desterrado por el obispo a aquellos andurriales por sus inclinaciones enciclopedistas y algo volterianas. También don Sebastián tenía sólo una sotana y media. Le caía bien. Nicanor tiene ahora edad, el culo pelado de ir a bodas y el alma libre de espantos. Pero el otro día se sobresaltó al ver un tipo en la pasarela de un desfile que llevaba pantalón, jersey y... debajo un sujetador, un sostén, una tetera, o sea, dos. Nuevas tendencias. ¿Ahora los paisanos tienen tetas?, se preguntó. Y escuchó al diseñador Armani retar a los hombres diciéndoles que «es hora de innovar». Pues que les corten el ramonín, les hagan un furaco y que les preñen, pues bajo ese sujetador sólo pega un bombo al uso, algo que muchos ya aportan con cerveza y tragando como tragan. El resto de la ropa que vio Nicanor en el desfile ni le escandalizó, pese a la facha estrafalaria, fea hechura, cutrísimo gusto y la estúpida provocación de precios y extravagancias. No se escandalizó, porque así viene su nieto los domingos a chulerarle la propina. Pero, sospechando que un día le vendrá con sujetador, el domingo le negó la paga hasta que acuda vestido con otros respetos. Alegó que, si no para de comprar ropa imbécil, es que le sobra el dinero. Y el guaje, cretino de tamaño catedralicio, volvió a casa diciendo que el abuelo es un puto dictador, un facha. (Continuará) La marea negra también.