Diario de León
JUAREZ

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León

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Como solía decir el difunto Pío Cabanillas cada vez que en Orense había elecciones hemos ganado, pero todavía no sabemos quienes. El caso es que, después de las del domingo, la cuarta parte de los ayuntamientos leoneses, incluído el de la capital, o sea la mitad de la población, todavía no tiene alcalde porque ningún candidato ha sacado mayoría absoluta. Lo cual deja al albur de las componendas y del toma y daca el futuro. Es decir, de los pactos. Se abre así otra semana y pico de incertidumbre capaz de acabar con el elector más templado. «¿El que tuvo más votos no fue Fulano?», preguntan los más simplistas. «Coño, pues que gobierne, se ande con cuidado, y lo quitamos en las próximas», concluyen. Pero las cosas no son así salvo en los países anglosajones, donde, se presenten los que se presenten, gana la lista más votada y las demás van a la papelera. Todo ello, naturalmente, sin perjuicio de que el que sale alcalde un año vaya directamente a la basura en las próximas elecciones, y viceversa, con lo que los condados y las ciudades de Inglaterra y Estados Unidos, por ejemplo, tienen algunas de las calles más limpias del mundo. Aquí no. Se presentan, por ejemplo, los candidatos o los partidos «A», «B» y «C» y, salvo excepciones en tiempos de muy mala leche, ninguno alcanza la mitad más uno de los votos. Lo normal es que «A» tenga, pongamos, un 45%, «B» un 40% y «C» el 15% restante. En el caso de León capital serían, respectivamente, el PP, el PSOE y la UPL, aunque se pueden barajar las siglas a efectos de la teoría de la relatividad. No hay que ser ningún Einstein de los pactos para entender que, si «A» no consigue cuadrar el presupuesto municipal, se alíe con el ideológicamente más próximo, tal vez «C», dado que deberían atraerse mutuamente según la ley de Newton y de la gravedad del asunto: la tierra atrae a la manzana como los partidos de derechas a un constructor, etcétera. Lo que no es lógico es que De Francisco, el de la UPL, se sienta atraído por Francisco Fernández, el del PSOE, aunque sean tocayos, para pactar luego los dos en Irak o Afganistan a favor del burka de las feministas y contra los americanos, mientras liban todos un cubata de Coca-Cola con ron de Fidel Castro servido por un camarero de CC.OO. «Demasiada antimateria», diría el científico más burro. Es decir, incompatibilidades. Sucede así, sin embargo, en León, donde la UPL no tiene empacho en pactar en la capital con el PP, después de tantear al PSOE, o al revés en cualquier pueblo que se tercie. Es el privilegio de los partidos bisagra, dicen que quimicamente compatibles para pactar con todo tipo de elementos, incluído probablemente el diablo si les mereciera algún respeto. En cualquier caso, la técnica del pacto es sencilla: basta con que se junten dos para desbancar del sillón a un tercero y mandarlo a las tinieblas de la oposición. Luego se reparten las carteras municipales (y si no hay bastantes para todos, se inventan), las otras se llenan adecuadamente subiendo los sueldos en el segundo Pleno municipal o el tercero, ésta es una regla fija, y, al final, se compensan dos días de críticas en la prensa con cuarenta y ocho mensualidades netas, más dietas. Esto se hace para «dignificar» los cargos y que sus honorables titulares no sean tentados por deshonestas comisiones en las contratas. Eso funcionó, al menos en teoría, hasta Roldán y Juan Guerra. A veces también sucede que los pactantes esperan cinco o seis meses para no dar el cante enseguida, en cuyo caso el pacto va acompañado de una moción de censura contra el desbancable, alegándose que el municipio es ingobernable, el alcalde un déspota antidemócrata, aunque la suya sea la lista más votada, etcétera. Luego es lo mismo. Por último, un pacto no suele durar más allá de tres años, máximo periodo de garantía, desde que se firma tres meses después de las elecciones hasta que se rompe, la caducidad es inevitable, seis antes de las siguientes, tras lo cual el proceso vuelve a empezar. Algunos candidatos son, incluso, tan expertos en la técnica del partido «bisagra» y, más aún, en la de la puerta giratoria, que son capaces de contorsionarse hasta más de 360 grados dando hasta dos vueltas al hemiciclo parlamentario, que se llama así porque a derecha e izquierda sólo tiene 180 y lo demás sería pasarse de rosca a derecha o a izquierda o rebobinar todo el rato . De Francisco el de la UPL, por ejemplo, lleva casi un cuarto de siglo dando varias vueltas completas al ruedo con Morano y Amilivia en León, con el PSOE, años ha también en La Bañeza y, si ahora no puede hacerlo con IU donde sea es porque no hay nada que atornillar. Pero algunos se pasan de rosca.

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