CORNADA DE LOBO
Ruido puto
Sábado tarde, las cinco son, hora de respeto y calma chicharrera, calora de tormenta, tiempo de honrada siesta parece, sacrosanto momento semanal que tiene el currante deslomado para premiarse con un sueño de pijama y orinal, así que se enfunda en su sopor y ensaya el plácido ensoñamiento después de que la propia ordene a la crianza bajar el volumen de la tele y declarar toque de sigilo en aquella casa. Por fin. Tres minutos tarda el jefe en caer por la cuesta soporífera y quedar como un tablón. En las siestas el subconsciente fabrica sueños distintos a la dormida nocturna, pues parecen delirios más creíbles y se recuerdan mejor. Hasta las pesadillas de esa hora son más cachondas. Pero en medio de la plácida fantasía onírica, gozando como estaba el tío, algo ocurrió que le disparó desde el colchón al techo y salió espantado de la alcoba como alma atormentada por el tridente de Lucifer, vociferando y con esa acritud que también suele ser característica del despertar de una siesta breve tras la que se tarda en averiguar si es madrugón que te manda al curro o caída de guindo. Ocurrió que en ese placentero trance en el que soñaba con alguna cosa guarra y feliz, a juzgar por la cara lela de goce que tenía el tío, sonó en su tímpano el trompetazo de Josué rompiendo murallas de Jericó, se quebrantó la paz ensoñada en la que flotaba, porque al pie de su ventana entreabierta por la calora entró una estampida de cornetazos, un tropel de búfalos aporreando tambores y decibelios... No sólo sufría la desorientación del despertar sin saber si era madrugón, día de labor o noche, sino que creyó estar otra vez en el gólgota de Semana Santa, pues era ruido de ensayo cornetero lo que quebrantó su sueño. Imposible, se dijo, ya no es Cuaresma ni hay en calendario otra pasión que no sea la piscina y el escaparate. Y se cagó en el ruido y en quien lo fabrica, lo ensalza y fomenta y en la autoridad que lo consiente o apadrina, se ciscó en esta ciudad papona, pepona y papalaguindera. Para todos hubo. Pensó que las procesiones habían acabado ya, pero todos los días y sábados se instala el cortejo nazareno bajo su ventana en delito crudo, aún más intolerable en junio. Mierda de cómplices, se dijo. Me roban la paz y eso es pedir guerra. Echó una oración de brutas blasfemias. Pierde la fe. La culpa es del papón y del alcalde.