EL PULSO Y LA CRUZ
Un airecito santo
Hoy se habla de los que se han quemado en el trabajo. Es una nueva enfermedad para tiempos de prisa y agobio. Todo el mundo parece tocado por el desaliento. Hasta los niños y los jóvenes corren el riesgo de sufrir una depresión. A veces todos nos identificamos con ese estado de ánimo que tan admirablemente describía ya San Juan de Ávila: "¿No os ha acontecido tener vuestra ánima seca, sin jugo, descontenta, llena de desmayos, atribulada, desganada, y como que no le parece bien cosa ninguna buena? Y estando así en este descontento, y algunas veces bien descuidado, viene un airecico santo, un soplo santo, un refresco que te da vida, te esfuerza, te anima y te hace volver en ti, y te da nuevos deseos, amor vivo, muy grandes y santos contentos, y te hace hablar palabras y hacer obras que tú mismo te espantas. Eso es Espíritu Santo". Este párrafo, tan humano y tan evangelizador a le vez, pertenece a un sermón que predicó en la fiesta de Pentecostés. Merecería la pena leerlo por completo para percibir su hondura y su calor. En la fiesta de Pentecostés nosotros leemos atentamente en el texto del libro de los Hechos de los Apóstoles los diferentes pasajes y momentos en los que se nos cuentan las diversas venidas del Espíritu Santo. Como un viento de fuego desciende sobre los Apóstoles, reunidos con los parientes de Jesús, con María y las demás mujeres que lo habían seguido desde Galilea. El cambio obrado en aquella pequeña comunidad es sorprendente. Del miedo pasan a la osadía, del encierro a la predicación abierta, de la desconfianza a la fe, del particularismo a la comunidad de intereses y de proyectos. En Pentecostés reciben en plenitud el don pascual del Espíritu, que el Cristo resucitado exhala sobre ellos (Jn 20,22). Al principio de los mundos, el soplo de Dios había engendrado todo un cosmos de vida. Según nos enseña la parábola primordial, el aliento del Todopoderoso había convertido en humano al barro de la tierra, modelado por su caricia creadora. Y ahora, el hálito del Resucitado comunicaba su propia vida a todos cuantos habían seguido su camino. El gesto de Jesús iba acompañado de las palabras que revelaba su determinación: ¿ "Recibid el Espíritu Santo". Por El recibimos el don de la fe, que nos ayuda a descubrir el diseño de salvación y de gracia, que nos ocultan los hilos enmarañados del envés de la historia humana. ¿ "Recibid el Espíritu Santo". Con Él se nos entregan las primicias de la esperanza, que convertida en tenacidad y esperanza, nos revela la meta gloriosa a las que conducen nuestros grises caminos de cada día. ¿ "Recibid el Espíritu Santo". En Él nos hacemos partícipes del amor que es Dios, del amor que nos hace semejantes a Dios, del amor que finalmente nos hará descansar en Dios, si de verdad amamos a todos los hijos de Dios. - Padre nuestro, tú nos has concedido el Espíritu de tu Hijo, al que confesamos como Señor y dador de vida. Por Él podemos llamarte Padre. Que en Él nos reconozcamos hermanos para gloria y alabanza tuya. Amén.