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HABIA RECONQUISTADO Alfonso XI las tierras del Duero zamorano y, al fin, se recuperaba la mejor zona vinatera perdida durante más de tres siglos y hubo albricias porque la cristianada vieja y pastorona de estos nortes andaba plantando vides hasta en las cangas altas de Valduburón para conseguir matar el mono con dos lágrimas de zumo agrio que era todo lo que destilaba aquel imposible cultivo de fruto agraz y poco madurado en soles. En el Duero reconquistado se restableció prioritariamente el laboreo de viñas y se inundó aquello de barcillares o majuelos. Al fin el norte cristiano volvería a tener vino para misas y mesas. Y cómo lo concelebraba. El propio Alfonso XI lamentaba irónicamente el resultado de aquella reconquista y pronunció una frase que en el dintel de la historia quedó escrita: «Tengo un Toro que me da vino y un León que me lo bebe»... Buen saque tenía la cazurrada y engullía pellejos y odres como caldero sin culo. Ese tintorro toresano que podía beberse con cuchillo y tenerdor de puro grueso que era el caldo fue el vino popular de estas tierras porque aceptaba bautizo y riego sin menoscabo de la color y su espesura (de hecho, incluso el ayuntamiento leonés decretó a los bodegueros que rebajaran con agua el vino tabernario porque su graduación proporcionaba mamaduras pontificias y alteraciones del orden... Nos bebíamos el vino de Toro más todo lo que aquí se criaba, que no era poco, pues con el tiempo se extendió el viñedo de tal forma, que hasta nuestros días llegaron intactas más de sesenta mil bodegas excavadas en el alma de tierra lomera y barreal. El vino que en ellas se vino haciendo era hijo de un cierto barullo de variedades y hechuras, pero tenía una personalidad de caldo para beberse joven, en el año, achispado, humilde pero honrado, con aguja. Jose Quindós alojó hace días en su restaurante Formela una cata de vinos de Tierras de León para los que se promete en breve denominación de origen. Estos vinos ya son otra cosa. Se selecciona mejor la uva y la mano de enólogos se nota en su diseño. El prieto-picudo busca su sitio. Lo logrará, aunque en el cualificado repertorio de nuevos caldos echo en falta el vino pobre, clarete y madreado hasta conferirle una aguja de alma espumosa. Buscar crianzas y reservas no debe ser lo único.