Diario de León

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NO SE MUERE la España del azadonazo en la crisma por un quítate allá de esa acequia, no me andes, no me bailes las ganas, mira que me arrebato y te bajo los sesos al suelo de un terronazo, cabrón. Ocurrió de nuevo en el berciano pueblo de San Fiz do Seo. Allí, un viejo de setenta y muchos que laboraba en la acequia vecinal vio cómo otro convecino que también estaba a lo suyo y con el apero en la mano se le acercó y, sin mediar palabra -dice el agredido y vete tú a saber-, le arreó un azadonazo que llevaba marchamo criminal, pues le abrió una brecha en la mollera que midió diez puntos de sutura, lo que no está nada mal para haber sido un solo descabello. Lo que no alcanzo a comprender en este hecho y en la gacetilla que lo relataba es que no mediase palabra. Previo a ese azadonazo, aquel día y semana o años antes tuvo que haber palabras, bufidos, raspes y amenazas, odio viejo. San Fiz es como todos esos pueblos que declinan población a la baja y las trincheras al alza. Y aunque los restos de población sean mayormente viejos y tengan el culo escarmentado de ir a guerras, no pocas veces ni se hablan, ni se miran. Paradójicamente, la concordia es más difícil cuando viven menos. Y es que en los pueblos no sólo se heredan las tierras y sus pleitos, sino las tirrias y una lamparita permenente encendida a santa Justa Vengadora, patrona y reina del cristazo en el occipucio. Ahí está viva la España del odio sarraceno. El azadonazo, los mamporros entre las mocedades de dos pueblos que comparten ermita y romería, el humillar a pedradas el pendón de los vecinos y los arrojos al pilón fueron un conjunto de fórmulas expeditivas decretadas deporte de interés nacional desde hace lo menos doce siglos, que se sepa. Y como esta tendencia no rinde el pabellón, se debería regular y organizar el leñazo tradicional con su reglamento y federación correspondiente, siempre y cuando no llegue la sangre al reguero, claro está. Arbitrando una merienda de tortas entre mozos babianos y lacianiegos en la romería de Carrasconte, por ejemplo, volverían todos a casa desfogados y bien cenados. Y respecto al pilón, rescátese urgentemente la pena: al pilón con ellos. Visto lo visto ayer en tantos ayuntamientos, está más que demostrado que sobran al efecto concejales de culo flojo y dedecidamente piloneros.

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