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EN ESA PLAZA que tiene un bronce sentado en un crucero pareciendo un peregrino carbonizado, aunque es en realidad el «capitán pescanova» con gorro marinero de faenador de bacalaos; en esa plaza que en su confinamiento leonés paseó hasta hartarse Quevedo con un canónigo de San Isidoro que le daba turras homiléticas incitándole a escribir obra religiosa y vidas de santos para purgar su sátira corrosiva y merecer el perdón del rey y de los cielos; en esa plaza que tuvo pérgola con emboscados arrumacos entre chachas y chortas que se alojaban como reclutas en ese conventazo de la orden de Santiago convertido en cuartel, escuela de albéitares, instituto, campo de concentración o depósito de sementales antes de ser «hostial paridor de san Narcos»; en esa plaza de la que nacía el callejo de La Raposa que cosían diariamente las enhiestas lavanderas de El Ferral con sus cestadas de ropa limpia; en esa plaza que cruzábamos de guajes para ir a pescar bajo el puente las famosas bermejuelas de un Bernesga cloaca; en esa plaza, digo, se acometió una remodelación que la convirtió en copia vulgar de otra plaza que hay en Lyon, con su alarde de granito y su profusión de chorritos y charcos cuadrados y su siembra de pirulos verdes y farolas en el suelo y mástiles para poner publicidad más que banderas y arbolitos mal plantados y florería a tutiplén y más bronces de medallón y la releche bendita y pasarelas de moda y... unos robles que son un insulto para la comunidad arbórea cazurra aquí marginada, pues esos nueve robles que allí se alinean fueron a buscarlos a Italia (Santa María la de Más Lejos, la más devota) pertenecen a una variedad exótica bien extraña a este medio -quercus rubra se llaman- y que costaron novecientas mil pesetas cada uno. Ya se han secado dos; el resto anda demedrado de fronda y mal arbolados (lloran de rabia nuestros robles albares y rebollos). Cosa parecida ocurre con esos pirulos verdes que son tejos castrados y humillados por convertirlos en seto, pues andan la mitad escurridos de vigor, secos del todo, una birria. ¿Ha pedido alguien disculpas por la burrada? ¿Alguna dimisión o responsabilidad?... Ante los seiscientos millones que gastaron en esta plaza, sólo me sale una copla: «Yo, que no tengo tetas como vusotras, me se cae el pandero hasta las pelotas».