Chispas y sueños de polvora

Sólo un hombre miraba el suelo durante la quema de 9.000 fuegos artificiales ayer en León. Mientras miles de personas colapsaban las calles que rodean la Glorieta de Guzman el Bueno, Alfonso Calo tenía que entornar los ojos para ver qué pasaba al lado de sus pies. Una pena. Porque a este gallego, nacido entre cohetes, la polvora es lo que más le gusta. Es el dueño de Pirotecnia Calo, empresa que durante diez años emboba las pupilas de los leoneses cuando los relojes tocan por San Juan. Pasadas las once y media de la noche la inversión municipal de más de 600 euros se esfumó en apenas treinta minutos. Los chispazos salían de debajo del Puente de los Leones disparados hacia el cielo negro. Alfonso coordinaba a seis personas, que también miraban la ribera del Bernesga para encender las mechas que, desde el pasado 18 de junio, esperaban allí para inundar León con sueños de pólvora. Hubo novedades. Y también virguerías de colores y estruendos y luces increíbles. Tres redobles de una traca pusieron fin a esta lluvia de estrellas, todas de mentira. Y todavía quedaba la hoguera. La réplica en madera del antiguo ayuntamiento de León tardó menos de veinte minutos en convertirse en ceniza, a los pies de la estatua de Guzman. Fue la hora bruja. Comenzaba la noche de San Juan.