Diario de León

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TARTARÍN DE TARASCÓN, hijo de las letras y del genio de Alphonse Daudet, tendría que estar aquí y arrimarse a la Tarasca por ver de prohijar algo de fiesta que no sea acera de mirón, masa borreguilla y mamada, fuego fatuo y brindis a lo anodino. Las fiestas de ciudad, como ahora sus cascos antiguos, se parecen, se clonizan y se aburren a sí mismas. Para que algo sea fiesta y festejado ha de ser extraordinario, fuera de rutina y calendario; y no es el caso. Fiesta es parar el carro, mandar los bueyes al prado para solaz y tripada, dejar de hacer lo propio y tirarse al pilón de la alegría, ponerse guapo, bordar la noche hasta que suenen las cencerras de la vecera, llamar a la parentela, alargar la mesa y poner más sillas, hacer comidorras de sustancia y con remate de roscón, salir a la plaza, abroncar al músico remiso, esparcir jota y pasodoble por el aire, arrimarse entre la música a la parienta o a la moza y apretarle el compás de los deseos festejados, meterse en un saco y correr detrás de la risa, acostar a una machorra en la caldereta para que se ponga a balar en los estómagos, alardear de puntería en la caseta de tiro y ponerle al casetero un ojo a la virulé de un pelotazo, decirle al párroco que no se prive y, aunque alegue que no baila porque él tiene corona, «baile, señor cura, baile, que Dios todo lo perdona», levantarse al día siguiente con diana y parva chocolatera, burear al jato para lidiarle a la tarde, sacar en procesión al patrono y bailarle las andas hasta que se le caiga la espada de fuego con la que amenaza, volver al baile vermú que nadie echa y arrearse una siesta de carnero antes de zambullirse en el plato, comer sin duelo, beber sin ajustarse a prudencia, dejarle al sol en su furia de sobremesa y aceporrase un rato en el escaño, lavarse después en palangana y ponerse camisa limpia para regresar a la vorágine, hacer amigos nuevos, engañar a los del pueblo vecino, ahorcar el carro del pedáneo en el chopo más alto, apurar las horas y, cuando la cosa toque a fin, arrojar a los músicos al pilón por puro deporte y subirse la mecedad al templete a cantar coplas al sursum corda... porque con estas fiestas de aquí sólo acaban pasándoselo bien los que cobran, los que actúan, los que plantan culo en el trono y esa pijada de tules con diadema que van de reinas. A los demás nos ordenan mirar... y nos mata el tedio.

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