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Publicado por
JOSÉ ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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En la plaza de San Pedro, en el Vaticano, flanqueando la enorme escalinata que conduce a la basílica, se alzan dos estatuas colosales de San Pedro y San Pablo. El primero apunta con un dedo a la tierra y el segundo extiende su mano hacia el horizonte. Con su proverbial picardía, que durante siglos ha hecho hablar a las estatuas, los romanos les atribuyen un mensaje. La primera estaría diciendo que allí se dan las leyes, mientras que la segunda añadiría que sólo se cumplen allá lejos. En realidad el gesto de las estatuas puede aludir a la muerte de los apóstoles. Pedro dio su vida en ese lugar que señala con su dedo, mientras que Pablo fue martirizado más lejos, en la Vía Ostiense. Seguramente la intención que sugirieron a los artistas de Fabbris y Tadolini es más teológica. San Pedro estaría señalando a la piedra fundamental sobre la cual se levanta la Iglesia que tiene su centro en Roma. Y San Pablo pretendería orientar nuestra vista a la universalidad de los pueblos a los que él fue enviado como apóstol. A estos pilares de la fe de la Iglesia celebramos hoy en una misma fiesta. Su diferencia de talante y de opiniones no los separó en vida de la misión confiada por su Señor ni los aleja ahora en nuestra veneración. Al primero se refiere el evangelio (Mt 16, 13-19) en el que se cuenta cómo reconoció a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios vivo. A cambio, Jesús le cambia su nombre de Simón y lo llama Pedro para identificarlo con la piedra sobre la que Él va a edificar su Iglesia. Al segundo nos remite la segunda carta a Timoteo en la que se ponen en sus labios las palabras que resumen su tarea: «El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles». Antes aún, la primera lectura, al recordar la prisión de Pedro en Jerusalén, anota cuidadosamente que "la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él". Esa Iglesia era todavía una comunidad local, en la que todos se conocían. Pero ese detalle de su unión con el que la presidía se convierte en ejemplar para los cristianos de todos los tiempos. Un único salvador Sobre la peripecia personal de los dos apóstoles queda flotando la confesión de fe que, gracias a la revelación celestial, brota de la boca de Pedro: ¿ «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Esa era la condición mínima para ser un auténtico discípulo de Jesús de Nazaret. Los que pretendían seguirlo por otros motivos pronto abandonaron el camino. Pedro es el modelo de una fe que reconoce a Jesús como el ungido de Dios, el Salvador que Él nos envía, el Hijo único de Dios. ¿ «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Ésa es la fe de la Iglesia, convocada y guiada por el Espíritu. Y ése es el resumen de su mensaje. La Iglesia no es una organización no gubernamental de beneficencia, ni una asociación cultural, ni un grupo de poder. Es la comunidad de los que aceptan a Jesús como el Mesías divino que redime lo humano. ¿ «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y ésa es la buena noticia que los cristianos pueden y deben anunciar a toda la humanidad. En un mundo secular, muchos ponen la salvación en la técnica o en la política, en el arte o en la guerra. En un mundo plural y multicultural se nos ofrecen muchos salvadores. La fe en el Mesías Jesús no es fuente de violencias, como a veces se dice, sino el camino para la paz. - Señor Jesús, que tu Iglesia se mantenga fiel a las enseñanzas y ejemplo de San Pedro y San Pablo, que fueron fundamento de nuestra fe cristiana. Amén.