Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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CUANDO al grito de «Viva la Pepa» el pueblo saludó el nacimiento de la primera Constitución un día de San José de 1812, donde las Cortes de Cádiz decretaban que todos los españoles eran «justos y benéficos», seguramente ni los más ingenuos de la época podían sospechar que sus retataranietos aprobarían otra al cabo de dos siglos, la actual, donde pone que todo español, sólo por el hecho de haber nacido en el solar patrio, tiene derecho a una vivienda digna. También dice que a un empleo, pero eso que se lo pregunten a los parados. Como todo el mundo estudió de pequeño en la escuela de su pueblo a la Pepa, la más liberal de nuestras sucesivas y bienpensantes constituciones, se la cargó Fernando VII en menos de un año y, como todos también hemos aprendido de mayores, con la Constitución de ahora no es que cada uno nazca con un piso debajo del brazo, como antes los niños traían un pan, sino que todos los españoles tienen una hipoteca de por vida y multimillonaria, aunque, eso sí, pagadera en cómodos plazos hasta tumbarse en la tumba a lo largo, no a lo alto, gracias a Rodrigo Rato y sus bajos tipos de interés. Así se escribe la historia y debe leerse la «ley de leyes». Se lee también estos días en los periódicos que el nuevo Ayuntamiento de León, presidido por el socialista Francisco Fernández y seguramente inspirado por la Pepa, se propone destinar la mitad del suelo urbano a viviendas sociales y construír no menos de dos mil de ellas en este mandato. Se trata, sin duda, de un objetivo digno de encomio, aunque, teniendo en cuenta el número de niños que nacen cada año, se tarde todavía algunas generaciones, menos los gitanos, en cuadrar la famosa ecuación constitucional de «un piso de protección oficial para cada payo y un payo para cada piso». Esto lo tienen claro, por ejemplo, en el barrio de Armunia, donde vive media tribu del honrado patriarca caló, Tío Caquichu. Que queden claras ambas cosas en honor a la verdad. De todas formas la idea no es mala: se coge un solar, se expropia por lo que vale, no por lo que piden, se construye cada metro a precio de sueldo de albañil, no del promotor, y se adjudican las viviendas resultantes a quienes puedan demostrar, con el carnet y la nómina en los dientes, los ingresos más modestos, pero no a los que se los ocultan a Hacienda alegando no tener nómina. Luego habría que procurar que no pase lo que en Eras de Renueva, por ejemplo, donde los compradores de viviendas baratas en un suelo público a precio de saldo y urbanizado con los impuestos de todos son hoy, al cabo de media docena de años, cresos propietarios de pisos que salen a la venta por no menos de veintitantos millones de las antiguas pesetas, eso tirando por lo bajo, con lo cual lo único que se ha conseguido es socializar la especulación. Eso sin calcular que aproximadamente la quinta parte de las viviendas de la ciudad, y por extensión de toda la provincia, están vacías y no sirven como hogar para la gente, sino de refugio del dinero negro que ha huído sucesivamente de la peseta, del euro y de la caída de la Bolsa. De paso, el que más y el que menos escapa también de los impuestos y espera construírse un patrimonio monumental hasta el nicho, ladrillo a ladrillo. Hay contribuyentes que tienen la cara más dura que el cemento. Y las soluciones no son sencillas, porque, si no, sobraría Cascos y cualquiera valdría para ministro de Fomento. A lo mejor por eso sigue en el cargo. No se sabe aún, porque el alcalde Fernández acaba de aterrizar, cómo piensa ejecutar sus planes el Ayuntamiento y atar corto a promotores, constructores y propietarios desalmados. Tal vez con la policía de barrio. U ofreciendo recompensas a los vecinos por denunciar a los especuladores, lo cual iba a ser un gran negocio, porque nos íbamos a forrar todos mutuamente. O conviertiendo a los bancos y cajas en oenegés. O descubriendo petróleo en el alfoz. «La imaginación al poder», escribía la quinta de un servidor en las paredes cuando vivíamos en pisos de estudiantes. «Hombre, pero no tanto», hubiéramos añadido ahora spray en mano, una vez pasados los vapores de la juventud. Desde la experiencia de quienes alcanzamos a votar la última Constitución, allá a finales de los setenta, y seguimos hipotecados es de ley desearle al alcalde y también a su nuevo y voluntarioso concejal de Urbanismo, Francisco Gutiérrez, suerte en la faena. El toro que tienen enfrente no es fácil de lidiar y, si no, que echen un vistazo al precio de los pisos en los alrededores de la plaza de toros. Y una recomendación más. Lo mejor en estos casos es echarle al asunto las tres «b»que hay que tener, según los taurinos: bista, balor y güebos. La mitad del suelo va a reservarse para viviendas sociales. Sólo falta decir ahora quiénes vamos a ser los socios. Para vigilar que nadie venda el piso más caro de como lo compró los constructores serán nombrados policías de barrio.

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