Afortunados o desafortunados
Los desastres representan una bifurcación destacada en la rueda de la fortuna porque dividen a lo afectados en dos: los afortunados y los desafortunados, las víctimas y los supervivientes. Cuando nos golpea una tragedia nos enfrentamos a una de las estampidas de la historia que nos empuja y arrastra, lo queramos o no, en una u otra dirección, del bando de los afortunados o de los desafortunados. Es la forma más clara que tiene el ser humano de reconocer el papel que desempeña la fortuna, ya que nos hace apreciar la contingencia de los triunfos humanos y de los desastres. La cuestión clave (tanto para los afortunados como para los desafortunados) es ¿por qué a mí?, ¿qué he hecho yo para merecer esto? Por supuesto, la ironía es que la respuesta apropiada y correcta a dicha pregunta es: nada. Se trata simple y llanamente de un asunto de mera casualidad fortuita. Ocurre que, dada nuestra tendencia natural humana a pensar que vivimos en un mundo racional, creemos que existe siempre una última razón por la que las cosas ocurren de la forma en que ocurren. Cuando las cosas salen mal nos invade un sentimiento de culpa y de carga. (¿por qué he sido elegido? Mientras que cuando todo sale bien nos preguntamos: ¿qué es lo que tengo que hacer ahora para hacerme merecedor de lo que me ocurre? Ambas reacciones son absolutamente normales, pero totalmente inútiles. En definitiva, la única actitud racional es sentarse cómodamente en la silla de la vida y aceptar la idea del azar como tal. En el fondo nos damos cuenta perfectamente bien de que no funciona siguiendo una razón o un ritmo compensador. Unas veces con ironía y otras en el sentido más literal, debemos utilizar el consuelo de ¡qué haya suerte la próxima vez!.