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LAS NENAS DE INSTITUTO ven en él tanta poesía y tanto rapto romántico de charol blanco, que españolizan sus fantasías y le llaman ya Gustavo Adolfo Beckam, aquel del «volverán las blanquísimas golondrinas de tu balcón sus posters a colgar». Reunidas también en asamblea estudiantil han acordado elevar a la autoridad académica la ampliación de «beckams de estudios» para «beckar» a las más tontas, la declaración de la «beckada» como especie protegida y la institución de «beckaciones» cada día que jueguen los merengues y sea alineado el divino calzonero. Por lo mismo, sugieren a la Real Academia de la Lengua y de los Labios que la conocida planta becalunga, una verónica rastrera de vivaces flores azules, se denomine en un futuro «beckamlunga»... o rabolargo, en versión castiza. A los altares del secreto de su dormitorio sube Beckam más chulo y más guapo que un san Luis y ante el icono de papel ensayan diálogos y declaraciones, ensueños de rendida enamorada con el flujo a punto de nieve. Se extasían y cuando el sueño las va rindiendo entrelazándose con la almohada en paralelo, repiten su nombre hasta dormirse por ver si se les aparece después en el subconsciente onírico chutando a puerta, apretando el balonazo entre las ingles de la portería y marcando un gol que haga estallar al graderío en un grito de orgasmo y victoria, pero sin Victoria. Estas nenas de instituto ya tienen cara nueva en ese carpetón de cole que aprietan contra la blusa como acaparando al ídolo. Y aunque los mitos y los ídolos tienen siempre pies de barro, este no, este los baña en oro y los calza con zapatitos de piel de culebra comprados en una galería de arte. Derrama gracias y dones el apolíneo dios de la coleta. Y dice una de las devotas que está más bueno que el pan, vaya chorrada, cuando resulta que desde hace tres años ha desterrado radicalmente el pan de su dieta porque engorda. Pues ojalá me engordara a mí el Beckam, ha dicho otra amiga pazguata que se ha alimentado toda su vida de migas y de novios desechados por otras... La madre de esta devota, escandalizada por los furores de la chavala, afea la pasión desmedida de la cría por el rubito olvidando que cuando ella iba a las teresianas, su libro de literatura se infectaba de fotos de Paul Newman y William Holden, ya ves, ya viste.

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