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EL PAPA EXHORTA a la juventud a vivir un verano «en castidad». Lo dijo el domingo en el «ángelus». En un desierto de valores, eso es predicar y no dar trigo, no dar fórmula de cómo superar la oleada de carne con trapito sin que se subleven los malos pensamientos y se lancen las manos. Superar la tentación entre tanto estímulo y culito melocotonero aumenta la talla del creyente cumplidor, pero es carne humana de lo que hablamos y aquí cojean dogmas, preceptos y el bromuro. Dice la psiquiatría oficial que cada persona tiene al día no menos de ocho fantasías sexuales, pero pregunta por ahí y te dirán que esas ocho son sólo las del desayuno y apagada la tele, pues encendida es nube de bragas al aire. El resto del día es chorrón de fijaciones: calles de molleja apretadita y escotada, vallas que no sé si venden coches o gachises, modas con embrague y sin freno, teles genitales, puterío por norma en dineros y políticas, bellísimo mariconeo... Hay nenas con doce o catorce años a las que su mamá viste de cocottes o shakiras como quien abre la puerta de una prometedora carrera (la de la galga o geisha), «nenas, nenas, con el vestido de moda, bien puestito el interior por si acaso algún bribón tiene que verlas a solas» (que cantaba Serrat). Lo que se muestra es lo que se vende. Muchas veces se enseña el culo embutido por esconder un cerebro flaco. Los valores de imagen y envoltorio nos devuelven a la mujer objeto que en nada ofende a estas generaciones hijas del yogur desnatado, del enriquecimiento instantáneo, pelotazo y bragazo. Aquel movimiento de los sesenta, el «woman's lib» que buscó desterrar sujetadores y ensalzar a la mujer en sus valores ciertos, ve cómo sus hijas trabajan hoy el escaparate y reniegan de su suerte corporal adorando a la silicona, que es la mentira. Es «la ola de erotismo que nos invade», decía el franquismo. Hoy es maremoto porque somos ricos. Lo primero que hace tener dinero es elevar las ganas de joder. Un cohecho en Marbella y tirarse a la Pantoja van juntos. Sin embargo, no se predica contra la riqueza, origen de tantos males, aunque Cristo condenara tajantemente el gran pecado de los ricos: no irán al cielo ni por el ojo de una aguja. El Vaticano ni les tose. Y si les tosiera, seguirían los del dinero proclamando su gran lema: «Carajo tieso no cree en Dios».