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EN LA TIENDA de pinturas de Emilia se me vino un guaje de cuatro taquitos nomás y me espetó con decisión y desparpajo admirado: ¿Eres perorista?... Entendí perfectamente su código lingüístico de trapo, pero quise recrearme en la jugada; ¿cómo me has dicho, rapaz?... Y aquel crío con ojazos de descubrimiento insistió, ¡perorista!... Lo deletreó casi, ¡perorista!... Pues claro que sí, chaval, algo así debo ser o quiero ser, perorista, perito en peros, diplomado en sinembargos y fisgón impenitente de la otra cara de las cosas. Me gustó el término y la definición: perorista... Le pregunté el nombre: Carlitos, me dijo; y qué quería ser de mayor: futbolista, afirmó sin titubear, pero rectificó vocación en un segundo y concluyó, ¡ciclista! (la tele manda), aunque viéndome una mueca torcida en el morro decidió finalmente que lo suyo era bombero porque Pedro una vez le llevó a ver los camionazos del parque apagafuegos y eso siempre causa una sensación imborrable en la retina fantástica de un solterín de pocos años. Y allí dejé al crío con sus arrebatados sueños vocacionales mientras me iba a lo mío royendo significaciones del nuevo término, perorista, todo un hallazgo. No entiendo otra fórmula del periodismo que no vaya por la senda del pero, de las dos fuentes y del acta de testigo del pueblo que compromete al profesional de la información con el interés común frente al chollo privado. El periodismo restante es filfa y tenderete, trinchera y propaganda. Lo cierto es que el periodismo del pero escasea. El periodismo del amén se paga mejor, aunque en provincias sale tan barato, que con una palmadita y un vino se paga. El periodismo de pijaína y sin pijama es el que triunfa. Hay periodismo que se viste de tienda y hasta de ferretería de menaje. Pero el que tiene más futuro es el periodismo en bragas (y aún más el que va sin ellas). Desbragados se mostraron no pocos periodistas de tertulia y bando que en las ondas o en sus quintas columnas aseguraban que el podrido cambalache de la asamblea de Madrid era un intento de los socialistas para despachar su mierda al bando de enfrente. Los corruptos van en sus listas y los del pepé salían inmaculados. Gallardón, con su mea culpa, les ha apeado del burro (y eran más de tres). Aún así, a nadie he visto desdecirse. Gran periodismo es ese.