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EN SUBIENDO por montaña de peña viva el sol de julio te va dando besos de soplete en el cogote, el bofe quiere escaparse por las tragaderas, notas que el tarro se te infla como una colchoneta, las patas se te rilan, el sofoco te empapa el pescuezo y reseca el resuello, la sobaquera canta su copla de cebolleta podrida, a media ladera clamas por agua como un crucificado, ordeñas la última cantimplora y te sobreviene el vómito porque el cretino de Juanín la llenó de cubata que la calora convirtió en avecrén caliente, vas sembrando por toda la senda de ascensión un rosario de cagamentos y maldiciones por la genial idea montañera que tuvo tu peña de amigos de la que ya te estás dando de baja, ¡agua!, sudas como una marrana al sol en corral de agosto, no puedes más, ¡agua!, y en llegando a lo cimero de la montañona, allí donde un gigantesco mordisco del cretácico en la roca madre dejó formada una hoya que es olla porque parece un «jou» rodeado de farallón vertical, allí mismo, al fin, te dicen ¡llegamos!, hé aquí la Mata de los Castrones, ya hemos arrivado a la fuente del agua más mejor y aún mejor que las mejores del mundo adelante (todos tienen en su pueblo la mejor agua del mundo), agua de hielo, borbotón de nevero todo el año, la boca se te ha hecho esparto, exiges menos literatura y que te digan de una vez dónde está el manadero y, al fin, te señalan la fuente que es una coquetería orillada al pie de una pared vertical de caliza con estrías forroñosas, una fuente con su poza de grijo lavado y una teja que atrapa el borbotón para brindártelo en caño, ya era hora, aceleras el paso, vas tirando mochilas e impedimenta, te desbragas de ansiedad y vas decidido a amorrarte al chorro para beber allí como abreva un buey, pero en esto, Higinio, el pastor de aquel puerto que allí cosecha sombra, te lanza un vozarrón como una zancadilla y te paraliza las ganas, alto ahí, animal, no se te ocurra beber nada con esa sofoquina, que se te desconcuerdan las entrañas, antes tienes que poner las muñecas bajo el chorro, enfriar las venas un buen rato y ya no te hará daño el agua. Era cierto. Los dos litros que trasegué fueron pomada. Y en adelante, moja las muñecas bajo un grifo cada vez que se te hinchen las sienes o tengas que discutir. Relaja y aplaca. Las muñecas del pepé cazurro deberían también ponerlas a remojo.

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