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CRÉMER CONTRA CRÉMER

La mejor: Isabel Alarma

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ES TRISTE morir en León. Pese a ser uno de los pueblos españoles más transparentes, más luminosos, más sorprendentes de la Península, las gentes, sus gentes son más bien de gestación apagada, de muy escaso repertorio expresivo y de espíritu reconcentrado. Una de las características que le hacen peculiar al leonés, es lo que se conoce como «retranca», que viene a ser algo así como el recelo, la cautela, el cuidado, más bien temeroso, con que los habitantes de esta ciudad expone sus cuitas, sus temores o sus alegrías. Algunos de los más prestigiosos filósofos, sociólogos y hasta teólogos, han expuesto el mapa espiritual de lo leonés, haciendo girar la mirada del investigador hacia la composición de sus plazas: «observen ustedes, le dicen al recién llegado, que la mayor parte de las plazas de la capital conforman un dibujo esquinado, forman la estructura de un triángulo, de un cartabón urbano, hasta que, claro es, con el tiempo y la especulación, las plazas triangulares se convierten en amplios solares para la construcción de enormes jaulas para acoger al ser humano. Las fiestas de León, pese al esfuerzo, sin duda voluntarioso de sus promotores carecen de expresión popular propiamente dicha, con fórmulas lúdicas externas, como pudieran ser las verbenas o las comparsas. Cuántas veces se han intentado han sido abortadas por la indiferencia general de los habitantes leoneses. Salvo, naturalmente, si se trata de citas para acudir a encuentros lúdicos con tapa, con cazuela de barro o con gratuita espectacularidad. Y toda este premisa al caso para lamentarse, para lamentarnos todos, de lo tristemente, de lo calladamente que se muere en León. Gentes de superior entidad ética, intelectual o comunitaria, al cabo de una vida de trabajos, de sacrificios y por supuesto de gloriosa entrega a la Ciudad de su nacencia de sus glorias, un mal día, se merecen. En silencio, sin que apenas se perciba el vacío de su ausencia, sin que a casi nadie, salvo a sus deudos y amigos entrañables, les importe siquiera el recuerdo de aquel ser que dieron a la ciudad y a sus convecinos, motivos para la admiración y la ejemplaridad. Hablo de Isabel Alarma Salan, una de las más egregias mujeres que consiguió León a lo largo de su historia contemporánea. Una mujer sabia, generosa, sensible, que dedicó toda su vida a hacer el bien que las gentes de su tiempo exigían. Fue profesora admirable de generaciones enteras y hasta sus últimos días, cuando ya aparecía jubilada de sus cargos y obligaciones profesionales, siguió ofreciendo generosamente su aportación. Fue todo lo que en el terreno de la Enseñanza había que ser ante un pueblo escasamente preparado para las altas elucubraciones del espíritu. Y resultaba un regalo, un lujo, un beneficio superior cuando se conseguía su palabra y su consejo. Intervino en reuniones técnicas de proyección universal y su análisis, siempre en la línea más sensible de la verdad, fue requerido desde las más altas esferas. Insaciable de saber y dotada de un espíritu auténticamente misionero, Isabel Alarma, fue siempre para todas las personas que tuvimos el honor y el placer de conocerla y de recibir sus asombrosas lecciones un motivo de asombro. Murió como se suele en la capital leonesa, sin levantar un murmullo, como si a su cuerpo se le hubieran llevado los ángeles, transporte bien merecido. Los que quedamos, recordamos con gratitud su figura, su palabra y su soberano perfil de mujer de su tiempo y de todos los tiempos. Y anotamos en la agenda de la ciudad la huella de su paso. Tan silencioso, tan apagado, tan borroso entre la algarabía de la novísima mujer triunfal sometida, ¡ay! al principio de la cuota...

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