Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Los sueldos, bonificaciones y prebendas

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VICTORIANO CRÉMER
León

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CUANDO al Manolín le preguntaron, cuando apenas emergía del suelo un par de cuartas lo que le gustaría ser en el futuro, sin dudarlo un momento y ante la complacida sonrisa de sus padres, dijo sencillamente: «¿Quién, yo? ¡Concejal!. Y el público que asistía a aquella especie de confirmación laica se complació grandemente, tanto como si el chico hubiera declarado que su vocación principal era la de misionar en las islas kuriles. Y es que, señoras y señores presentes en la sala, tal como están las cosas, que, como diría Fernando Pessoa, son las cosas, no existe en toda la abundante programación de posibilidades profesionales, ninguna, salvo la de pelotonero, o sea futbolistas, con perspectivas más gloriosas y constantes. Porque un conejal de cualquiera de los ilustres ayuntamientos de la Comunidad autonómica, llamada España para los amigos, además de poder contar con una saldada de catorce mensualidades por año y de un montón de euros, puede disponer de coche, o de beca para el transporte y de bonificación por si se considera trabajador a todo trapo o solamente para los días de paga, con subvenciones por acudir al tajo suyo cada día y por respirar dentro la Casa de la Moneda. Total, algunos, muchos, miles de euros, que traducidos a pesetas antiguas vienen a ser como una fortuna. Y oiga, nosotros, o sea usted y el que suscribe, no es que tengamos intención de que los señores concejales, que al fin y al cabo no son sino funcionarios, empleados o tal vez hasta obreros a tiempo perdido, deban ser remunerados como un ecuatoriano sin papeles, ni mucho menos, que al concejal como al Ingeniero estelar, hay que incentivarle, como se dice ahora en el lenguaje laboral, satisfactoriamente. Y como todo el mundo está obligado a saber, lo de satisfactoriamente depende de la ambición que muestre cada uno. Lo que a muchos nos parece una contradicción es que en tanto que se hace confesión pública de voluntad municipal de someterse aun duro ejercicio de austeridad, dado que el Ayuntamiento nuestro de cada día, por no ir más lejos, debe más que el Congo en llamas, y sus presupuestos no dan ni para tanto ni para tantos. Algunos ayuntamientos, tan peninsulares como el de León, se han apresurado a declarar que, en vista de los visto y de lo no visto, ni el señor alcalde ni los señores concejales de asiento permanente cobrarían sus emolumentos a al menos les reducirían cuando menos o cuando más al nivel de los funcionarios de tercera división que es a la que pertenecemos. No, señores miembros corporativos del Ilustre Ayuntamiento recién nacido: no nos escandalizamos, porque sabemos de otros funcionarios o arrimados que perciben mucho más y hacen mucho menos, pero es que León, diga lo que quiera quien lo diga, no va bien y conlleva que entre todos intentemos enderezar los rumbos de nuestros dineros. León se dispone a entrar o ya ha entrado en una de las etapas más sensibles y peligrosas de su andadura política. Y no es cosa de que el famoso Pacto entre leonesistas y socialistas funcione a la medida y ritmo previstos por el mando, sino de que se le haga llegar al vecino -porque entre vecinos anda el juego- el necesario espíritu de colaboración que toda Corporación necesita y las nuestras más. Porque que no se engañen ni los unos ni los otros ni siquiera los de más allá: sin la ayuda, sin el entendimiento, sin la colaboración leal entre las partes no hay Ayuntamiento que funcione ni presupuesto que lo resista. Y así como sostenemos que debemos alejar de nosotros la idea de que pensar es un delito, debemos entender que en nombre de la tolerancia tenemos derecho a ser intolerantes con los otros.

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