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ESCÁNDALO DE RETRETE habemus. Científicos australianos publicaron en el British Journal of Urology International -revista de doctorados en tocar la gaita meona- un trabajo que eleva a conclusión científica que quienes se masturban cinco veces por semana previenen el cáncer de próstata que cada año se lleva de este mundo al otro barrio a medio millón de varones con la cañería esferulada (concluyen también que las mujeres que asumen la lactancia recortan los colmillos al cáncer de mama). Resumiendo: cascársela es higiénico y preventivo. El poli Torrente está de albricias con sus pajillas. Ramirín Torices sabe ahora que su crónico sarpullido de espinillas no era de eso. Raúl, el Chiva, alivia su complejo de manubrio compulsivo y ahora se ufana proclamando que «la función» crea el órgano y reduce el cáncer. Leandro Mané comprueba asombrado que hoy es su mujer quien le compra las revistas guarras para sus meditaciones solitarias. Y don Sebastián, párroco que fue de Villarrabines, se hace cruces por tener ocupadas las manos mientras insiste en las eternas condenas de este vicio y sus perniciosas secuelas en la fisiología humana, como son la pérdida de vista hasta la ceguera y la licuación de la médula espinal... La ciencia le desmiente (el onanismo previene el cáncer, pero a lo peor te deja «codo de tenista»). Ahora sólo resta que los cancerosos de próstata -lo mismo que hicieron los de pulmón contra las tabaqueras- inicien acciones judiciales contra centros religiosos y conferencias episcopales por haber demonizado e impedido con terrorismo mental la práctica de la manustupratio que hubiera prevenido su mortal dolencia. Abogados al efecto no faltarán. Pero ahí no pillarán a un fraile, condiscípulo en mi estudiantado de filosofía, que elaboró un tieso y argumentado libelo pro-despenalización canónica de la masturbación. Lo imprimió en multicopista y aquella misma tarde el prior le conminó a abandonar el escandalizado convento. Invocó él la constitución de la orden y alegó que sólo podía expulsarle el «capítulo» que tardaría meses en reunirse. Llegó el cónclave y no hubo nada. Acabó ordenándose fray Solórzano en Salamanca y hoy escribe libros de teología con títulos desconcertantes. «Por qué la luz no dobla las esquinas» es uno de ellos. Se ve que lo otro ya se le dobla.