LA GAVETA CÉSAR GAVELA
Los padres del bercianismo
A ÚLTIMOS de junio pasé varios días en el Bierzo, encerrado en la biblioteca de la Fundación de Estudios Ponferradinos, en la calle de las Carnicerías. Fueron sesiones largas y trabajosas, redimidas por la bella amistad que trabé con la bibliotecaria, Mónica San Valerio, una mujer siempre dispuesta a ayudarme en todo cuanto necesitaba, y que además estaba muy contenta de ver que alguien -yo- acudía a consultar los muy olvidados anaqueles de la FEP. Baste decir que en la semana que allí estuve, fui siempre el único visitante. ¿Y por qué acudí a la fundación? Fue para cumplir un viejo proyecto, tal vez ridículo, pero que a mí siempre me interesó, desde muchacho: yo quería saber qué pensaron del Bierzo los viejos ensayistas bercianos, cómo lo definieron. Cómo aclararon, cada uno a su modo, la gran bruma que vive en cada paisano: nuestra identidad confusa, nuestro ser fronterizo, la querencia gallega y la cautela antigua. Quería profundizar en todo eso, y empecé a ver libros, y a encontrar modestas explicaciones, de las que hago leve resumen en este artículo. El primer berciano ilustrado que reflexionó sobre su tierra fue, tal vez, el padre Laballós (Samprón, 1756-Samos, 1807), un benedictino que dejó escrito en sus «Cartas a fray Leticio» (Sarria, 1799), que «ser berciano es una ardua condición, pues mi tierra natal es una montañosa república de países breves y bravos, todos ellos a la suya, y la comarca toda tan diversa, que lo mismo se parece un pastor de Fornela a un panadero de Bembibre que un pescador vascongado a un labrador de Murcia». Años más tarde, durante la agitación política que vio nacer y morir, en apenas tres años, a la provincia de Villafranca del Bierzo, fraguó en aquella urbe un pequeño círculo de tratadistas regionales, entre los que destacó don Ramón Pereira de Mestre (Vilela, 1791-Horta, 1845), quien planteó la secesión de la provincia berciana de la región leonesa y su extraño hermanamiento con la lejana Navarra, «por cuanto bercianos y navarros tenemos en común ser jacobeos y estar a un lado y otro de Castilla, vigías cristianos de ese mar de arena donde el Duero manda; esa tierra vasta y llana donde siempre nos sentimos incómodos los hijos del Sil» (De «El Arga y el Burbia», Villafranca, 1822). Otro clérigo, el padre Librán (Pardamaza, 1851-Barcelona, 1928) no cree en el Bierzo como una unidad de destino en lo comarcal, y reclama su desmembramiento en favor de las regiones vecinas: «Désele el oeste del Cúa a Galicia, y el este a León; las Rivas del Sil al gobernador de Asturias y las tierras de Valdueza y Cabrera al prefecto de Sanabria». Eso escribió en su «Bierzo futuro» (Abadía de Montserrat, 1917). El abogado Cayetano Albaredos (Ponferrada, 1861-León, 1943) vivió casi toda su vida y ejerció su profesión en la capital de la provincia, mas no por ello olvidó sus orígenes ni tampoco sus sueños, ya que, una vez retirado del foro, publicó su opúsculo «El Bierzo grande» (La Bañeza, 1935), donde, animado por la aprobación de los estatutos republicanos catalán y vasco pidió la autonomía para su tierra, precisando que el verdadero Bierzo «no se constriñe al valle medio del río Sil, sino que abarca también, en su condición de charnela étnica, a las tierras de las provincias de Lugo y Orense que están aquende el Miño, al resto de la provincia de León, al valle asturiano del Navia y a Sanabria, que también son zonas fronterizas. Este territorio es el gran Bierzo que yo proclamo, y su capital debería estar en la ciudad de León, como muestra de buena voluntad.» El espacio se agota y quedan en el tintero muchos otros pensadores. Algún día volveré sobre ellos. Además, serán un sólido pretexto para ver de nuevo a Mónica San Valerio, tan esbelta y dulce, tan misteriosa en la calle de las Carnicerías.