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TOCAR EL CULO a una paisana no es delito. Así lo ha dictado en sentencia el Supremo y el corral nacional se ha alborotado en este punto. Indignación sublevada se receta en colectivos y movimientos. Esto es una inadmisible venialización del acoso y de cierta gestualidad masculina que entraña una clara violentación, un alarde de dominio y una denigración de la condición femenina que se ve reducida a objeto, territorio a conquistar por lo bravo, vaca arreada con azote en los ijares. Ahora bien, no todos los toques de culo con su solapada intención son iguales ni pueden ser interpretados jurídicamente desde una sola definición penal, un estereotipo. Todo dependerá de la babosa intención que lleve el mensaje manual o de la violencia impune que comporte y, más que nada, dependerá de cómo lo estime o padezca la mujer agredida o, quizá, lisonjeada por ello. Hay quien lo entiende como agresión -y lo es sin duda-, quien lo disculpa o incluso lo agradece. Una popular costumbre escandinava tiene por normal tras saludar con ósculo o mano a una mujer sacudirle una cariñosa palmadita en las posaderas; nadie se ofende ni el gesto implica abuso o desproporción. Claro que esa palmadita es sueca y algo frígida y otro gallo es el que canta cuando el azotito lo da un celtíbero rijoso y delincuentemente sobón, de manera que tanta variedad en el toque de nalgas no puede reducirse a una sola norma penal y en este sentido hay quien entiende la actitud del Supremo y su propensión a zambullirse en la palangana de Pilatos en según que temas y escabrosas laderas. Resumiendo lo irresumible: no es lo mismo sobar un culo, palmear un pompis o garabatear en las nalgas esa vomitiva prepotencia masculina que entiende el culo femenino como cancha propia (aunque se enfurecería hasta desgargantarse si un homosexual hiciera ese mismo gesto con ellos). Declarar delito el asunto, siéndolo en tantos casos, podría abrir una caja de truenos que ensordecería y colapsaría juzgados. Más delito que un pellizco son ciertas miradas descaradamente obscenas y obsesivas, miradas sobonas, delictivas y acosantes que atosigan, violentan o desquician los nervios de la víctima. ¿Penalizamos la mirada que tantas veces es delito y violencia? Los ojos no tienen dedos, no tocan, pero su mano es más larga, impune y desnudadora.