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GRAN CRIMEN cometí contra una especie protegida. Aquí confieso. He capturado dos ranas del Órbigo y las tengo presas. También ellas tienen su gran parte en mi delito, vaya por delante. Hago recuento: pescando en este río un día (quiero decir no pescando, como es última costumbre), me andaba una rana entre las botas y el grijo, raneja de menguada talla era porque ya no se ve la ranona de anca gorda para la salsorra pimentonera, y aburrido de varear a lo bobo y para ná, dejé la caña y me entretuve en observarla y amagarle unos bureos. Vivísima y espabilada era la tía. Cayóme simpática la rana, caso en el que siempre procedo a cogerla para darle un beso milagrero y por ver si se convierte en Michelle Pfeiffer o, al menos, en la Koplovitz teñida en pelos y dineros. No fue el caso, como supondrás al seguir viéndome atado al banco de esta galera de letras. Pero, ya con la rana en la mano, se me cruzó por las mientes una mala idea. A esta moza batracia me la invito yo a conocer la capital, me dije; y la colé en la cesta donde dejó de dar saltos de liberación al medio minuto demostrándome que no era tan tonta al intentar un imposible o bien porque aceptaba gustosa la invitación o el trance en el que se encontraba. Era yo totalmente consciente de estar vulnerando una ley y a una especie vulnerable. Cierto es también que pensaba retornarla a su ladroneada charquera en la orilla del río después de su gira y estancia en mi terraza, a cuyo efecto había provisto una coqueta fuente pilona de barro cocido que hace años hizo y me regaló Raquel Morais, chula pileta con su sirenita y todo. Ese sería su alojamiento y allí la dejé tras enseñarle la panorámica que se domina desde ese ático con su parque de los Reyes al pie. Al poco rato ya estaba la rana explorando el territorio y percatándose de que no había modo ni salto que la alejara de allí. En estos garbeos descubrió un lugar más seguro que la pileta de barro, esto es, el sumidero alcantarilla donde siempre hay una balsilla de agua que hace de sifón. Allí se escondía la muy bruja cada vez que intenté atraparla para devolverla. Será que no quiere, concluí. Durante el día no asoma. Sólo de noche, cuando ni grajas ni palomas la acojonan, sale de campeo y a comer no sé qué, pues sólo alguna polilla le puede caer al buche. Esta es su inicial historia, pero falta la segunda rana. Mañana te cuento.