| Reportaje | Durmiendo con su ataúd|
Previsor hasta la muerte
¿Ha pensado usted alguna vez en el dinero que se ahorraría si comprase ya el ataúd que le acompañará al hoyo? Probablemente, no. Lo más seguro es que usted sea incluso de los que creen que hay cosas en las que es mejor no pensar. Que una cosa es ser previsor, y otra llamar a gritos al mal fario. Que lo de morirse es tan inevitable que es mejor no darle más vueltas. Que el entierro es uno de los pocos trámites en los que te libras de hacer cola y de rellenar impresos de colores. Pero hay quien se muestra previsor hasta la muerte. Es el caso de José Augusto Alves, más conocido como el Tío Mizé, un paisano que espera a la dama de la guadaña en los montes lusos, en la aldea de Carçao, un rincón del Portugal profundo que hace frontera con Zamora. Este caballero, que ya ha vivido 86 inviernos, convive desde hace 16 años con la que será su última morada. Y no es que el Tío Mizé juegue a aprendiz de Conde Drácula. Tampoco es un amante de las momias, ni tiene especial prisa por morirse. En realidad, José Augusto Alves duerme con su ataúd porque así le sale más barato. Todo empezó hace 16 años, cuando el Tío Mizé se dirigía a la mercería del pueblo a pagar una deuda. Llevaba en el bolsillo los cuartos que le había dado su mujer para la dueña de la tienda, pero por el camino se topó con una curiosa escena: el fabricante de ataúdes de la zona le estaba vendiendo su género al dueño de la funeraria local. Tan macabra transacción le abrió los ojos al Tío Mizé: si le compraba ya la caja de pino al fabricante, se ahorraba el porcentaje del intermediario de la funeraria y encima le hacían el traje de madera a medida. Dicho y hecho. José Augusto Alvés se compró un ataúd de su talla y nuevecito, para disgusto de su esposa, que vio como los casi 15.000 escudos (75 euros) de la deuda pasaban a formar parte de la decoración de la casa. «Cuando se lo dije a mi mujer, ni se lo creía, pero no dijo ni pío», explica recordando el momento. En la decisión también influyó un extraño presentimiento. Desde hacía semanas, el Tío Mizé pensaba que iba a morir muy pronto. «La muerte me avisó. O eso soñé. Pero creo que me castigó, y ahora tengo que soportar el ataúd en casa. Parece que me dice: «Me compraste, pues ahora te aguantas hasta que me uses», relata José Augusto Alves. Sueño premonitorio El sueño premonitorio fue tan poco acertado que tuvo que esperar 14 años hasta que la de la guadaña decidió pasar a segar por su casa. Pero no fue el Tío Mizé el afectado, sino su mujer. «Entonces le compré un ataúd a ella también, porque el que teníamos en casa es sólo para mí», cuenta. Tanto es así que lo primero que hizo José Augusto Alves cuando le dieron el ataúd fue probárselo, para ver si le quedaba bien. Incluso se calzó el traje que le acompañará a la tumba y los zapatos para su último viaje. «Comprobé que estaba como yo lo quería. Incluso me eché una pequeña siesta en el ataúd. Después salí, me cambié, y lo guardé.Y ahí estará hasta que me toque usarlo de verdad», se justifica el Tío Mizé, ajeno a cualquier tipo de superstición. Ahora la caja de madera reposa en una caseta que tiene junto a su casa. Sus cinco hijos tienen claro que el ataúd ni se toca (si es que es posible evitarlo). «Será para mí salvo que me ahogue y me lleve el río. En ese caso, ni para mí ni para nadie», subraya el Tío Mizé, antes de recordar que la compra también le evitará problemas a los descendientes: «Lo tendrán todo hecho». Y en lo que el momento con el que José Augusto Alves soñó hace 16 años llega, en el pueblo algunos vecinos auguran que al Tío Mizé le saldrá mal la compra: «Se pudrirá antes de que le toque usarlo».