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HABLAR DE SINDICALISMO y de la vida con un sindicalista de alzada sin abollar la ética o la paciencia es algo que sólo pude hacer con Chus Pereda, un vendaval de ganas comprometidas, sensatez insensata, imaginación y corazón en la boca. No es buen sitio la boca para llevarlo porque ahí te las dan todas; aún así, jamás lo retiró de los labios; la honestidad de pensamiento y cartera, por delante. Pero la muerte, que es ladrona y gran puta, apunta primero a los que se visten con el alma por encima de la camisa. Jesús Pereda jamás podría haberla escondido. Esa sinceridad y esa su honradez a carta cabal le valieron el calor incondicional de los suyos, el reconocimiento de propios y el respeto de extraños. En su suelo vallisoletano duermen desde ayer sus cenizas un sueño que jamás mereció. Esta es la injusticia de la muerte, segar a quien no se esconde de ella ni se encastilla en los sótanos de la pachorra. Chus nunca lo hizo, aún cuando hace siete años le empezara a morder la Parca con su mortal cangrejo. Tampoco rehusó el mandato de su vitalidad y de su fe obrera cuando hace tres años asumió la secretaría regional de Comisiones Obreras para entregar ahí sus restos, sabiendo, como sabía, lo que por dentro le desollaba. Recio en sus convincciones y afable en su tolerancia dialogante, Pereda se ganó la admiración de todos y hasta el crédito de sus oponentes. Era un soñador de pelo largo, rango que fue su principal título, porque jamás podría entender la felicidad personal si los demás no fueran su razón de vida. Y para ellos soñaba, leía, amaba, porfiaba o negociaba. Hombre grande, gran paisano... No fueron pocas las veladas nocturnas de cháchara y repaso que nos brindamos con su mujer Elena en casa de Eduardo y Raquel en Santovenia del Monte, noches sin horas, largueza de criterios extendidos. Eran esas pláticas que enriquecen en medio de un paisaje generalmente preñado de palabra vana, escaparates y desértico de ideas (no digo ya de ideales). Con Chus no era posible instalarse en la frivolidad o bisutería coloquial. Esa talla suya no era normal. Buscando tercamente la razón de las cosas, te esperaba siempre en el cruce de las ideas para acompañarte en tus apuntamientos antes de desdeñar caminos o averiguaciones. Eso era olfato y corazón... ¿Y con quién hablo ahora, Chus?