CRÉMER CONTRA CRÉMER
El difícil cargo o carga de diputado provincial
O SEA los que habrán de ser miembros del cuerpo legislativo y Ejecutivo de la Excma. Diputación Provincial. El día 17 del mes en el cual entramos con los mejores deseos de acierto para todos cuantos se han alistado al pelotón corporativo provincial, se formará la Corporación. Y algún avisado investigador, ducho sin duda en la persecución de los azares que puedan acontecer en el Palacio de los Guzmanes adelanta que, como casi siempre, «son más los concejales de cada Partido que quisieran ser diputados provincial que los puestos que hay para repartir». Y según el mismo investigador en León el PP reparte cinco diputados y el PP otros cinco. La composición real de la Corporación se compone de la siguiente manera: se eligen 25 diputados. Trece para el PP, diez para el PSOE y dos para la UPL. Y una vez concedidas las debidas licencias, la máquina comienza a funcionar. O lo que, en términos llanos «empieza Cristo a padecer tormentos». Con la Excelentísima sucede un poco o un mucho lo contrario que con el Municipio, pues que si en éste la atención popular es continua y muy crítica, en la Diputación nadie se fija. O solamente aquellos centros, asociaciones, instituciones o representaciones que tienen intereses personales o de grupo que defender. Hay dineros que la diputación reparte, en ocasiones bien señaladas, más por la presión que pueda ejercer este o el otro grupo, que por la real necesidad de la comarca. Aunque la mayor parte de los señores diputados llegan inéditos a Palacio, no transcurren horas y ya el más lerdo (que no existen) sabe poner los relojes en hora. Y algunos alcanzan en la Corporación lo que en la milicia se conoce con el calificativo de «veteranos». Representan tanto a los pueblos de su partido judicial, en cuya representación acceden al escaño, como a los respectivos partidos políticos que les tutelan. Esta duplicidad de cargos, de cargas y de implicaciones convierten a los señores diputados en personajes de muy variable disposición y de talante muy complicado pues no siempre se sabe si sus acciones están determinadas por la defensa de los intereses de sus pueblos o por las consignas recibidas de sus respectivos grupos políticos. No suelen darse entre diputados provinciales los tránsfugas, aunque sí los rebeldes si se trata de oponer unos intereses a otros. De modo que el cargo o carga de Diputado es sin duda una de las posiciones políticas que exigen mayor severidad, honestidad y vigilancia, pues según aseguran los entendidos es donde se puedan dar y se dan las más misteriosas actividades. Convendría, pues, dice mi corresponsal gratuito, que hacia la Corporación Provincial y sus devaneos se tuviera por parte del poder principal, la máxima atención y el más exquisito cuidado. Y si se entiende, o debe entenderse, que los dineros del común municipal son sagrados, no lo son menos los de la Diputación, aunque no resulten tan al alcance del entendimiento general. Cuando se habla de la posibilidad de suprimir las Diputaciones del engranaje político-económico de la nación, lo cierto es que las Corporaciones provinciales tienen entre nosotros una biografía bastante rica y gloriosa, aunque naturalmente, como en todo en la vida, no falten algunos fallos. Pero siendo como sea, lo cierto es que merece toda nuestra ayuda en el caso de que le fuere necesaria. A cambio de este privilegio de libre andadura por los retorcidos y escabrosos caminos de la política doméstica estamos obligados a exigir también que la Excelentísima Diputación Provincial nos tenga en cuenta a nosotros, los que nos llamamos contribuyentes, a la hora de tomar decisiones, a fin de que no quede todo el entramado social de la provincia en manos de tal o cual pedáneo de mirada corta y manos largas.