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CUANDO LOS AMERICANOS «pisaron» la Luna estaba yo en Caleruega, sombra burgalesa de torreón y conventazo, con la santificación a cuestas y un hábito blanco encima, que es el color de la candidez en general y de la toga de los candidatos en la Roma imperial. Junio del 69 era. La noche en vela pasamos ante la tele esperando aquel pequeño paso para un hombre y grandísimo para la humanidad. Ya. Pero aquel paso fue doble y detrás estaba la orquesta del cuento y del paseíllo, el chundarata triunfalista de unos yanquis empecinados en petar su bandera en el mar de la tranquilidad y de las mentiras, pues ahora se ha sabido que todas las fotos vimos con Amstrong dando saltitos por la superficie lunar se hiceron en estudios cinematográficos bajo la dirección de Stanley Kubrick y la supervisión directa de Kissinger y el general Vernon Walters (liquidado por la Cía al día siguiente de haber hecho estas sorprendentes revelaciones a una cadena de televisión). A los que habían participado en esta gigantesca patraña les dio el gobierno norteamericano una nueva identidad, pasta larga y un destino escondido en diferentes rincones del planeta. Pero Nixon, el gran mentiroso, decidió que el secreto debía mantenerse con el silencio de los que intervinieron y, a pesar de que Kissinger o Donald Rumsfeld trataron de impedirlo, los servicios secretos se los fueron apiolando uno a uno. Tremendo final. El propio Stanley Kubrick se agüevó de tal manera, que desde entonces no salió de su fincorro en el que montó estudios para filmar sus últimas películas. Ahora ya se sabe toda la verdad. Y ahora tengo que pedir disculpas y darle la razón a un abuelete de Caleruega que al día siguiente de la hazaña lunar despotricaba en el teleclub del pueblo contra la euforia general que inyectaban todos los medios ante una conquista falaz que fue adobada con el adjetivo ampuloso y propagandístico de Jesús Hermida, corresponsal fascinado en la metrópoli imperial. Anda que no se despepitaba el tío echando flores a la Nasa y brindis al sol, o sea, a la luna. Y aquel abuelo diciéndonos que no, que aquello no era verdad, que él no se lo creería en jamás de los jamases. Y nosotros, riéndonos de la mente cavernaria de aquel buen hombre, de su poca fe y analfabetismo. Perdón, paisano. Efectivamente, esta luna tiene cuernos... y rabo.