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LUIS ARTIGUE
León

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UN AÑO MÁS lo mismo de forma diferente. Otra vez los entusiastas de La Cepeda nos sorprenden gratamente con sus Jornadas Culturales cuya primera sesión tendrá lugar hoy en la localidad de Villimer. Sí señor, en la casa de los Azcárate, el punto de reunión de aquellos intelectuales de la República, el germen de la Institución Libre de Enseñanza y la Biblioteca Sierra Pambley. Tienen razón, tenía que ser en Villimer. La mañana y la tarde están íntegramente dedicados a homenajear al novelista leonés Juan Pedro Aparicio como si de un acto de justicia poética se tratara. No se lo pierdan. León tiene la costumbre de cuidar muy poco sus historias y menos aún a los que las narran, quizá porque quienes vivimos aquí sabemos que este peculiar ámbito está lleno de historias. Pero, de vez en cuando, surge un autor que no sólo cuenta esas historias sino que aporta además cierta forma de contarlas, de revivirlas, y una mirada lúcida para dibujar con ellas, o mediante ellas, el alma colectiva de esta tierra. La mirada de Juan Pedro Aparicio, pues, es la de un enamorado de su ciudad y por eso, o a pesar de eso, la recrea constantemente en sus novelas. Y sin embargo no la adula. Ni la utiliza como pretexto para pretensiones estrictamente literarias. Ni olvida sus defectos. Ni la saca del mundo. Este autor describe y recrea un León de gran peso en la Historia de España, una ciudad acostumbrada a la democracia directa que hasta recibía embajadores, pero que se ha ido apagando paulatinamente como los rescoldos de un brasero. Mientras, sus habitantes se miran unos a otros preguntándose ¿qué nos pasó?, pero no hacen nada por evitarlo salvo mirar a la Historia con nostalgia y recrearse en viejas glorias y edificios. El novelista construye un mito pero actualmente el mito sobrepasa a la ciudad. Si uno lee «La forma de la noche» se da cuenta del horror que supone una Guerra Civil, se sensibiliza, disfruta con la prosa metafórica y fluida al tiempo que se sobrecoge, pero al mismo tiempo tiene la impresión de que el lector toma mucha más conciencia de lo que realmente está pasando que los propios personajes; que la propia ciudad. Igualmente ese divertido y elaborado best-seller que es «El año del francés» describe con perspicacia el León de los años 60 y nos lo presenta lleno de complejos y contrastes, pero a su vez repleto de elementos que explican la situación actual de esta ciudad; de esta tierra que se emboba con lo que viene de fuera pero apenas valora lo suyo, ya se sabe. Siempre está León en las novelas de Juan Pedro Aparicio como siempre está la injusticia brillando en el horizonte de León. Sin embargo la narrativa de este autor, en mi opinión, no supone un elogio del provincianismo exacerbado ni sirve como acicate para radicalismos ideológicos, verbales o de cualquier otra índole, sino que va mucho más allá. A la raíz. A la esencia. Nos propone, más bien, la conciencia formada e informada, la memoria histórica no viciada ni ensimismada y la inteligencia activa como base y motor para una resurrección. Hoy los organizadores de las Jornadas Culturales de La Cepeda le otorgan a Juan Pedro Aparicio esa corona de laurel que aún no le ha dado la ciudad de León. Vuelve el profeta a su tierra. Yo me sumo a ellos como lector suyo que soy, me lavo las manos para escribir esto ritualmente, me quito el sombrero -ese viejo sombrero de terciopelo negro que jamás he llevado- y felicito desde aquí a Benito Escarpizo, Adela, Antonio Natal, María Beirán, Ana, Martín Martínez y demás familia por tener esta idea. También les recomiendo a todos ustedes que se asomen a cualquiera de las novelas de nuestro autor, que disfruten con su mirada global, penetrante; que se iluminen con esos personajes suyos tan perfilados y llenos de luz identificativa. Les recomiendo que se diviertan con su fantasía, con su ironía inteligente... Merece la pena esa alegría.