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LLEVAN UNA ETERNIDAD litigante dándose con la badila en los nudillos y tocándose los catastros por un quítame allá esa linde, que el puerto es mío. Leitariegos se llama. Cangueses y lacianiegos, los de pallá y los de pacá, porfían y perrean por la titularidad de unas hectáreas, pleitean en altas instancias, paralizan cualquier obra en el lugar (la estación de esquí ye de juguete) y el perro del hortelano campa y mea en las cuestonas asturianas. Hay dictamen y sentencias ordenando al ayuntamiento de Cangas de Narcea que restituya a los leoneses el chuleo de linde que viene planteando desde hace un siglo, pero el empecinamiento es modorro donde los haya. Recursos y revisiones tienen paralizado el lugar. Las vacas se escogorcian con la terquedad y dicen que esto es, no más, asunto de tolón y esquila para arrebatar a la parroquia votante, viejo pulso entre el fuero y el huevo. Aseguran además que esta gente no vale ni para cabestros y que andan aún vistiéndose con el pellejo del oso que mató a Favila. Antes, estos litigios interminables se resolvían a mamporros entre las mocedades rivales concitadas en lo alto de una collada lindera a la sombra de una romería o mercado. No fue tampoco mal remedio el acordado en la disputa del monte Llavarís entre los concejos de Valdeón y Valdeburón. Allí determinaron hace siglos que al canto del gallo saldría de cada uno de los pueblos demandantes un propio del lugar y el que primero llegara al monte del conflicto confirmaría su propiedad. El canto del gallo sería la señal, pero cuenta la historia que los de Valdeón le hicieron beber vino al pollastre, de modo que el de los espolones se puso a kikiriquear en noche cerrada como quien canta «Asturias, patria querida» y salieron con ventaja los de Valdeón que acabaron quedándose con montes, santos y limosnas; Llavarís fue suyo. Instrúyase para el caso de Leitariegos un proceder parecido, cítense en el lugar a las partes perreantes y que se sacudan la pana hasta que se rompan las costuras, échense unas carreras hasta que vomiten el bofe leguleyo o juéguenselo todo de una vez a la tarusa o al mus (ese juego que es como el sexo, pues cuando uno tiene una buena mano, sobra el compañero), pero cejen de una vez y bájense todos de la marrana, porque al burro hace ya tiempo que lo deslomaron. Pobre animal.