CRÉMER CONTRA CRÉMER
Comer o no comer: he aquí la cuestión
COMO todo el mundo sabe, de una de las cosas que puede alardear León, sin temor a resultar ser rebatido y negado es a poder proporcionar al peregrino, al caminante, al turista o al simple hombrecín de la calle, la comida más sustanciosa, más sana, más diversa y de mejor calidad. Comer en León es uno de los más auténticos lujos, a condición de saber exactamente qué es lo que comemos. Y de donde nos llegan a nosostros los manjares, que no resulta ser lo mismo un botillo de Miami que el que puede facilitarnos cualquiera de los gloriosos pueblos del Bierzo. La gastronomía no es solamente modo de satisfacer una necesidad, que sí que lo es, sino un arte. La cocina de Lúculo ha pasado a la Gran Bibliografía universal y comer sopas de ajo, con ajo de Zamora, por ejemplo, como las que solía desayunar el arcipreste histórico y señorial, es una demostración no ya de la preparación física del comensal sino de su adecuación artística. Iba a decir que también espiritual, pero parece una exageración. Pues bien, o mejor dicho, pues mal, unos avisados negociantes en el arte de la gastronomía, en lugar de dedicarse por ejemplo a la construcción de pisos, que puede ser lo rentable, se empeñan en que comencemos a pensar en como cambiar nuestros usos y costumbres gastronómicas y en lugar de comer, por ejemplo, es un decir, el puerro de Sahagún o el pimiento de Fresno de la Vega, se empeñan en que comamos productos transgénicos. Y así que me fue comunicada la mala nueva, me eché a llorar. No porque sea un tragón y cuide hasta la exageración el capítulo serio de la comida y de la bebida, sino porque lo de los productos transgénicos me huele a otra forma de invasión, de dominación, de perversión social política y religiosa. Así se comenzó cuando se empezó a proponérsenos la Coca-Cola como sustitutivo del vino de Valdevimbre, achacando a este lo que tenía de peligroso para el delicado estómago del leonés articulado, y ahí tenemos a la Coca-Cola de Bus dueña y señora no solamente del mercado sino también o sobre todo del gusto del comensal y amigo de la buena mesa. Los Estados Unidos de América, de Europa, de Asia y de Oceanía, se disponen a imponer en nuestra cocina los nuevos O.M.G. (que equivale a Organismos Modificados Genéticamente)k con lo cual cabe despedir con lágrimas en los ojos, aquellos productos que fueron durante los años más felices gastronómicamente de la Historia Leonesa satisfactorio alimento y motivo de orgullo de un país, el nuestro, que si de algo se sentía orgullos era de los callos con chorizo, de las mollejas con rabo, de las sopas con honda y de la cecina de castrón, dicho sea con perdón. Los medios de comunicación social, política y religiosa, en cuyo censo estamos inscritos han comenzado a lanzar ya su grito de alerta contra esta nueva operación del Bien y del Mal inventada por el Presidente de todo y rompiendo toda clase de disciplinas y de controles han promovido la guerra contra los productos transgénicos. Y no porque sean, como resulta que en verdad son, otro negocio de los dichos estados, más que unidos, atados, sino porque esta Cruzada creada para la liberación de nuestra gastronomía puede llegar a significar el primer movimiento de rebeldía contra la estúpida tutoría del imperio de la Coca-Cola. Un adelantado de esta guerra de liberación que se anuncia, escribe en una oportuna invitación a la lucha: Los yanquis no pueden conseguir imponernos los alimentos que debemos comer. ¡Pues eso!