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Al sol que más calienta | Adobes en Tierra de Campos |

Vuelven los adoberos

Un oficio en el que hay que untarse los pies y las manos

León

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«Hacía 40 años que no se veía hacer adobes en esta barrera». El hombre, vecino de El Burgo Ranero, desembocó en mitad del bosque de roble y quejigos. Y contó sus recuerdos: «Mucha gente hacía adobes para venderlos y así sacaban unas pesetillas». Los agricultores de antaño «descansaban haciendo adobes». El hombre da la vuelta sobre sus pasos y sus recuerdos con el regusto de ver bullir la vida del barro en la vieja barrera, hasta unos meses invadida por la basura y la maleza -Sigan por el camino y donde encuentren una tierra arada hay una señal que pone la barrera, por allí están todos, indica el paisano. Los alumnos de un atípico curso de verano, organizado por primera vez por el Centro de los Oficios de León, aprenden una técnica constructiva milenaria: la mezcla de arcilla, con paja y agua para fabricar adobes. Los 700 ejemplares moldeados en los tres días de «duro trabajo» se extienden sobre el suelo chupando el sol de justicia que cae sobre Tierra de Campos. Laureano Rubio los revisa uno a uno para comprobar el secado y empina los adobes en la dirección del sol para que los coja bien el aire. «Hay una sabiduría innata en el manejo de la paja y el barro, en la forma de mezclarlos y pisarlo, a la hora de medir el agua y secarlos al sol», indica Ángel Cerrato, de Xinzo de Limia (Orense). Primero sacaron la tierra de la barrera, la cribaron y amontaron para mezclarla con la paja. Pisaban al mismo tiempo que añadían la dosis justa de agua para derretir los cabones más duros. La pilada de barro se volcó sobre las marcales (los moldes) castigando los cadriles. Se descalzaron para pisarlo y con las manos apretaron el barro; con la paleta retiran lo sobrante. Los hombres antiguos acumularon la experiencia suficiente para «dejarlos secar el tiempo suficiente para que les coja el aire». Y esa sabiduría se ha transmitido con el ejercicio del oficio hasta jóvenes profesionales como Rubio y su socio Agustín Santamarta, dos albañiles de Calzadilla de los Hermanillos con experiencia en restaurar casas, palomares, hornos y cuadras de adobe y tapial. José Luis Rodríguez quiere restaurar una casa de adobe en Vega de los Árboles; a José Luis Anta le gustaría enseñar a sus alumnos de Tecnología y Pilar Puerta, arquitecta técnica, aprende para restaurar con conocimiento y enarbola un pensamiento en favor de la arquitectura popular: «Se ocupan de arreglar las iglesias y las casas de los ricos, pero se han olvidado de los agricultores». «Es barato, es el mejor aislante y apenas necesita gasto energético porque no se cuece y se seca al sol», añade Luis Ortiz, albañil de Consuegra (Toledo). Lo hacen manualmente, como se hizo toda la vida, pero saben que en Alemania ya existen máquinas que acortan y abaratan la producción. A pocos metros, monitores de la Fundación Santa Bárbara enseñan la técnica para hacer los cimientos, con canto rodado y mortero de cal y arena, del cobertizo que levantarán con los adobes y cubrirán con madera y teja árabe. Todo tradición.