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OBSCENO Y EXHIBICIONISTA en grado superlativo es ese subirse a la propia efigie con peana, a la placa o al retrato de marco rococó bien untado con pan de oro como los que se contemplan en el salón municipal de plenos de Marbella, pedazo foto de metro y medio hecha para el carnet de la vanidad que cultivan los jeques horteras en su jaima de rasos y oropeles. Quiso Gil subirse a este gozo y para justificar la descomunal arrogancia sembró las paredes del salón con los retratos de los alcaldes anteriores como si fuera aquello el set del hotel Glamour con Dinios y Yolas, pero aupando el suyo al cabecero presidencial, allí donde también Julián el Punteras se ha pinado con el suyo, de modo que no hay foto de sesión en la que no salga duplicado el personaje en retrato inmenso y en córpore insepulto. Obsérvalos. Qué desproporción. En otros casos y corporaciones, esto de halagarse las pajarillas y subirse a la galería de corregidores sólo se hace cuando el homenajeado, o sea, el ojomeneado, cesa en su cargo y se va con viento fresco a la gloria, al silencio o al improperio merecido cada vez que le vean allí «colgado». Marbella tiene el gusto moro y se tapiza a sí misma con tela de chilaba chillona como las que gustan a Gadafi. No sé de ningún otro salón corporativo donde ocurra tal machada propia de gañán ladrillero o camareta. Jamás puede nadie tributarse ese homenaje estando vivo y en sospecha. Deben ser los aires de grandeza del delincuente en buena racha. En la diputación de León hacen lo mismo, pero retratan en óleo a tamaño apropiado y los mandan al pasillo, que es su sitio, galería de los pasos perdidos, aunque los cazurros, supuestamente parcos en halagos, tampoco se privan de vanidad y ojomeneamiento en toda ocasión al salto nombrándose en piedra o placa con inauguraciones y reinados. Haylos incluso que se prestaron al busto o a la estatua antes de morir o merecerlo como se contempla con vergüenza propia y espanto ajeno en las plazas señaladas de algunos pueblos de este desierto de méritos. Y es que no hay quien pueda con la gente que es hortera; se homenajea el rufián, se ojomenea el patán; y sin éxito alcanzado por más vueltas que le des, estos tíos de al revés al loor se han apuntado y, sin nada demostrado ni mojar un aprobado, van y se ponen diez. Rediez, qué hatajo.