Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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CUANDO UNO era mozo estaba prohibido casi todo de parte de Franco y los curas. En las tabernas, por ejemplo, solía haber un letrero que decía «la ley prohibe y castiga la blasfemia», al que luego el cantinero añadía otros de cosecha propia como «prohibido hablar de política» o «se prohibe cantar, aunque sea bien». Del mismo modo las chavalas lo tenían crudo, porque, si su madre las mandaba a la iglesia, se encontraban con un «prohibido a las mujeres asistir a misa sin velo o traje de media manga», o en las playas con otro «prohibido el bañador de dos piezas». En los ayuntamientos y demás orgamismos públicos se avisaba también al contribuyente que, además de jurar o perjurar, estaba «prohibido escupir». El régimen político de la época lo tenía todo tan acotado que cuando por las fiestas de San Roque llegaba el circo al pueblo las únicas tapias o fachadas disponibles ya estaban empapeladas con otro «prohibido fijar carteles, responsable la empresa anunciadora». Así nació seguramente la cultura del grafiti. Ahora se echan de menos algunas de las contundentes prohibiciones de la infancia -las del velo y el bikini no, las otras- que, bien miradas, no pasaban de ser la traducción a la convivencia cívica de las normas más elementales de buena educación cuando sólo unos pocos podían ir a colegios de pago, Porque, aunque hoy en las cafeterías no se prohiba ni castigue la blasfemia, no estaría de más retomar seriamente la norma en ciertos programas de televisión, donde, si interviene Gil, el de Marbella, el nivel de la conversación ni siquiera se eleva al de la barra de bar, y, si lo hace un político de la comisión investigadora esa de la Asamblea de Madrid, entonces se dicen todos de todo y lo mejor es mandar a los niños a la cama. Por menos de la mitad de las cosas que hoy día se insinúan allí de cintura para arriba (la cartera y el dinero) o para abajo (el otro vicio) la gente se hubiera partido la cara antaño en las tabernas más cutres. Pero no hay que escandalizarse. ¿Que un constructor reserva una habitación de hotel para dos concejales, macho y hembra? En la España liberal de hoy pasa por ser de lo más normal, aunque en los buenos y viejos tiempos todos hubieran acogido la noticia con un sonoro «coñooó...». O que Gil y su sucesor en la alcaldía marbellí, el Julián Muñoz de Pantoja, se acusan mutuamente en la tasca televisiva de ladrones, golfos y corruptos? Tampoco pasa nada, mientras que otrora hubieran acabado directamente en el cuartelillo de la Guardia Civil (hoy habría que tener cuidado de que no sobornaran al cabo). De la clase política cabía esperar modales más refinados sin llegar a versallescos -en Versalles también se apuñalaban casi todos por la espalda- pero, por lo menos, acordes con el nivel de educación que las nuevas quintas de demócratas han recibido en la enseñanza obligatoria, gracias, entre otras cosas, a los impuestos de la anterior generación: porque para ver y oír en el telediario a una portavoz verdulera se va uno directamente al mercado de la Plaza Mayor y queda como más auténtico e, incluso, fino, dicho sea con perdón de las honestas verduleras de toda la vida, pero no de la señora Ruth porta, pasionaria de diseño en la Asamblea de Madrid cuyos mítines zumban como una avispa en un bote. O el compañero socialista en el congreso Jesús Caldera, capaz de llevarle simultánea y sistemáticamente la contraria a Aznar, Newton, Trillo, Einstein, Cascos y Galileo Galilei. En su vehemencia opositora algunas veces ha llegado a contradecirse a sí mismo, como cuando enseñó los papeles trucados del Prestige, pero eso es algo que no le preocupa mientras el martes salga un periódico que haga olvidar la pifia del lunes. Hieden que apestan las miserias políticas que estos días se están destapando en Madrid y Marbella. Y lo que queda por atufar al país en este culebrón veraniego de querellas y comisiones investigadores, porque, como ya decían nuestras abuelas, la mierda cuanto más se revuelve peor huele. Este indecente espectáculo de dirigentes políticos que sólo saben defenderse con el argumento de «y tú más» debería ser ahorrado al común de los ciudadanos, aunque sólo fuera por el dinero que les lleva Hacienda. ¿Cómo? Que cada partido haga de una vez su propia limpieza interna, de puertas adentro, tirando por la borda a aprovechados, arribistas y pispos en general. Pero, claro, el que esté libre de pecado que tire primero de la cadena, da igual que sea del PSOE, del PP o de cualquier otra parroquia, como ya se lamentaba también más de un obispo el año pasado a raíz de la porquería aquella del diezmo y el óbolo de las viudas invertidos en Gescartera. Ya ni dios lava los trapos sucios en casa.

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