Diario de León

REFLEXIONES

Maná en el desierto

Publicado por
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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El maná era un fruto del desierto que sirvió de alimento al pueblo de Israel. Las tradiciones embellecieron aquel hallazgo y enriquecieron el maná con mil sabores. En nuestra lengua el maná ha adquirido un sentido simbólico. Se ha convertido en metáfora de los «bienes que se reciben gratuitamente y de modo inesperado». No es extraño que el maná haya cautivado siempre la atención de los escritores sagrados. Después de describir su apariencia en un sermón sobre el Santísimo, recuerda San Juan de Ávila que Dios «dio a este manjar sobrenaturalmente tal virtud que supiese, a los buenos que lo comían, a cualquier otra cosa que ellos deseasen o tuviesen gana». Tal propiedad le perece asombrosa y se detiene a comentarla con una cierta gracia: «Cosa maravillosa, que unos granillos blancos valiesen por sabor de perdices y de gallinas y de fruta y de cualquier cosa que al gusto tocase. Es Dios sabroso y dador de sabores a las personas que le son obedientes en los servicios». En el sermón de Cafarnaúm, pronunciado tras la multiplicación de los panes, Jesús recuerda la tradición del maná. Pero el sentido del discurso no sigue el hilo que esperábamos. Jesús no compara con el maná el pan que él ha distribuido. Se compara a sí mismo: «Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera» (Jn 6, 48-50). Jesús se nos presenta como el verdadero y definitivo maná. Es el alimento excelente y gratuito que Dios nos ofrece para saciar nuestras hambres de peregrinos. En el contexto de las celebraciones eucarísticas de la fiesta del Corpus, de nuevo comenta San Juan de Ávila: «Aquel maná con que se mantenían los cuerpos que caminaban por la tierra desierta a la tierra prometida por Dios, fue figura de aqueste dulcísimo manjar que tenemos aquí presente, dado para que sustente la vida espiritual» Jesús dice: «Yo soy el pan bajado del cielo». Y los judíos lo critican porque creen conocerlo a él y a sus padres. Lo mismo había ocurrido en Nazaret: Jesús fue rechazado por los que creían conocerlo bien. No pueden abrirse a la fe quienes no se abren a la sorpresa de Dios. ¿ «Yo soy el pan bajado del cielo». En él se revelaba de una forma nueva el mismo Dios que había conducido a su pueblo por el desierto. Jesús era para los cristianos lo que el maná había sido para los judíos: medio de sustento, señal del amor de Dios y prenda de los bienes esperados al final del camino. ¿ «Yo soy el pan bajado del cielo». Los otros manjares que nos ofrecen cada día no llegan a saciarnos. Con frecuencia nos asquean y muchas veces nos hacen daño. En nuestra vida dispersa y errabunda, Jesús nos sostiene y alimenta, nos ayuda a elevar la vista a lo alto y a redescubrir esa dignidad humana que no se puede comprar con oro. Con San Juan de Ávila oramos: «¿Quién somos nosotros, Señor, para que el Eterno Padre, tanto amor y cuidado tenga de nos, que nos envíe desde el cielo por manjar a vos, que sois su unigénito Hijo?».

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