Diario de León

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MAL QUE BIEN antes los ríos pasaban por los pueblos; ahora se avergüenzan saliendo del trance urbano con mucho escopetamiento, acomplejados, con el honor perdido, la doncellez mancillada y un orinal en la cabeza como si fuera el casco de un brigada majareta en una guerra perdida. A esos ríos les ponen un rígido corsé de cemento y escollera, un malecón de injurias que convierten en paseo rectilíneo con floripondio vulgar y faroleo marbellí lo que antes fue curvo y natural, quebrado y bello. Pasta al canto es el objetivo. Porrón de millones se gastarán en La Pola, tierra gordonesa, para ajusticiar el viejo dibujo del río y sus bardales de orilla hoy desollada de aliso, fresno o sauce. Copian de esta capital horterona que hizo lo impropio con el Bernesga para estrangular su cauce con balsones y más escollamientos que acaban colmatados de arrastres y obligados al dragado permanente, o sea, la estupidez ingenieril aupada al pedestal del despilfarro; y del crimen biológico. También en La Pola quieren balsón para la cosa náutica, ya ves, regata de pueblo, pantalán de paletos. Somos ricos y hay que camuflar las vergüenzas con maquillajes y hormigón, porque vestirán al río de niño pijo y capitalino, pero seguirán sus aguas bajando inmundas, apestadas de vertido criminal. En esta aberración pagan el pato y la huevada la fauna ictícola que encuentra nuevas barreras en sus desplazamientos y remontes. Y a esto lo llaman obra pública... Cuando el cazurro rascaba en su bolso tan solo calderilla, ingeniaba soluciones; cuando no había maquinonas ni avasallamientos, la mano del hombre sólo alcanzaba a defenderse de la bravura natural de las aguas con gabiones y estacadas de corto coste que se integraban en el paisaje fluvial. Parecen sobrar hoy presupuestos en calderos y aquí pilla el tuercebotas y el tuerceorillas, pues poniendo nuevo margen a los ríos y robándoles su lecho de avenidas, detrás vendrán asolamientos y solares, campo libre para nueva fechoría municipal y privada... Así la cosa y la epidemia, se agradece a los vecinos de La Flecha el reparo y mantenimiento de su puente colgante, pasarela de tabla sobre un río que tiene el monte por escollera y se enfaja con un praderío de pasto y arboleda irregular, sebes antiguas de plástica irrepetible que también algún gañán se empeña en concentrar parcelar.

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