Diario de León

Gente de aquí y de allá | Cómo volver loco a un escolta

Los esquinazos de Kirchner

Amigo de romper el protocolo para acercarse a la gente, Kirchner enloquece a sus acompañantes

Amigo de romper el protocolo para acercarse a la gente, Kirchner enloquece a sus acompañantes

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Agustín Bottinelli - corresponsal | buenos aires
León

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Ser guardaespaldas de Néstor Kirchner es una verdadera odisea. Tiemblan los miem-bros de las fuerzas de seguridad cuando escuchan en sus radios las palabras clave que identifican al jefe del Estado, «Esepé va a salir; repito Esepé va a salir¿». El código es fácil de descifrar «Esepé» es la lectura seguida de las iniciales de «señor presidente». Cada uno se coloca en su puesto como puede. Esta salida, como tantas otras, no estaba programada y todos temen que Kirchner vuelva a escaparse en el Audi gris metalizado y sea necesario recurrir al policía en moto que se puso especialmente para poder seguirlo ante estas emergencias. Es como una ob-sesión del presidente romper el protocolo, evitar su propia custodia, no hacer caso a las medidas de seguridad. Hace sólo unos días, el secre-tario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, confirmaba que «Kirchner detesta los operativos de seguridad que le corresponden. No le gusta ver uniformes cerca. Y la razón fundamental de su fobia a la custodia es porque quiere moverse lo más parecido a un hombre común». A Kirchner, en los lugares públicos le gusta alejarse de su guardaespaldas para arrojarse sobre la gente, lo que convierte en un caos cualquier operativo. Mínimos efectivos Los efectivos asignados a la seguridad de Kirchner y de su familia son algo más de cien, pero se utiliza una dotación mínima porque lo prefiere así. Él quiere que cuando entra o sale del área presidencial y de la Casa de Gobierno no haya ninguna persona que no sea su fiel secretario privado, Daniel Muñoz, o su portavoz, Miguel vaya adelante del de él, además Núñez. Hasta el bombero, cuya misión es estar siempre cerca de la entrada por la que ingresa el presidente, tiene que esconderse detrás de una columna o de una planta para que Kirchner no se irrite. Además, los policías asignados a su seguridad dentro de la Casa de Gobierno tampoco pueden estar cerca del presidente. Otra tarea que dio mucho trabajo a los jefes de protocolo fue convencer a Kirchner de que debía viajar siempre con el edecán militar. La oposición del presidente duró varios días, hasta que finalmente el capri-cho cedió y el edecán ocupó el sitio que le corresponde. Uno de los encargados de la difícil tarea lo explicó así: «El edecán tiene el lugar fijo en el auto que traslada al presidente, pero el presidente Kirchner se subía solo y cerraba la puerta del vehículo». Ninguno de los dos episodios que generaron algunas sospe-chas alteraron la tranquilidad presidencial: el extraño aterrizaje forzoso que tuvo que hacer hace unos días el helicóptero en el que viajaban Kirchner y el ex presidente Eduardo Duhalde, y cuando se aflojaron las ruedas en los autos en los que viajaba Alicia Kirchner, hermana del presidente y también ministra de Desarrollo Social, y su comitiva. Cuando va en automóvil el sistema de seguridad que debería utilizarse es el de «cápsula», cuatro autos cubren al que transporta al jefe del Ejecutivo, pero Kirchner sólo aceptó que un solo vehículo vaya delante de él, además ordenó que se detengan en los semáforos. «Yo voy por dónde va la gente. No hagan nada especial por mí», explicó el presidente argentino. El presidente se escapa en cuanto puede de su cinturón de seguridad y no sólo lo hace en Argentina. Esta costumbre causó terror entre los profe-sionales fuerzas de seguridad del Gobierno de George Bush, durante la visita a Estados Unidos. Los escoltas norteamericanos no podían creer que Kirchner y sus ministros se sentaran a tomar un café en un bar con mesas a la calle en el medio de Nueva York. Hay una anécdota que asegu-ra que el presidente, en una de sus escapadas, llamó a un guar-daespaldas y le dijo: «¿Usted sabe dónde estoy?», el hombre le dio con seguridad los datos de un restaurante. «No, estoy en otro», le contestó Kirchner en tono burlón.

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