Diario de León

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SUELA DE GALIPOTE le sale en la planta del pinrel al que pasea esas playas. Gominolas de mierda ciega se rifan en rebatina por toda la costa. La marea negra sigue ahí con su puntual regalito, pero ya no vale ni para hacer pelotitas de cazcarria ante el semáforo de la esperanza tuerta y lanzárselas después al gobierno. De Bayona a Bayonne, desde La Guardia a Hondarribia y aún hasta La Rochelle, sigue el mar resacando y delatando el crimen del Prestige. Diez años durará la peste. El mar no acepta regalos y por norma los devuelve o los vomita, que es el caso. La tribu de los pies negros que se creía en extinción recrecerá su censo. Lo paradójico es que el pegote de crudo petrolero hecho plantilla en los pies hay que lavarlo también con petróleo como si fueran manchas de moras que sólo la mora verde quita. Mejillones y almejas han aprendido a toser cuando en cada marea se oye el avisado grito de «mierda viene», chicle de regaliz mortal que tapa la boca al percebe para que la muerte muda no alborote la quietud resignada de este charco nacional. Estamos ante otro «nunca mais... se acabe esto», porque resulta que otra marea de millones viene por tierra, algo pegajosa también aunque se pegue en las manos más que en los pies, pero es pomada para escocidos y lotería para espabilados. Ya se sabe, lágrimas y mamaduras siempre fueron juntas. Y dicen que si los demás gobiernos de la cornisa -asturianos, cántabros y vascones- no están llorando por lo mismo ni juntan a sus parlamentos para clavar gritos en el cielo, es porque les llegó la ubre antes del gemir. Inventemos, pues, otro Prestige: la peste costera es potaje de caridad para el pueblo, munición gratuíta para los partidos de enfrente y reelección segura para el que mete la pata o el cazo; todos contentos. Y agotada esta segunda parte, ensáyese otra modalidad costera del chollo y del circo, otras mareas mediterráneas y encaladas, marbellícese la cosa, marea de Julianes al canto por Llanes, Nojas y Zarauces, marea de chalets y adosados, gilitos en cada playa, recalificaciones pesqueras que transformen a la marinería en vigilantes jurados de obras porque la costera del ladrillo da más peces que la del bocarte o del atún. Nos sobran inmigrantes para escamar la pesca y para que corra el escalafón social. Que trabajen ellos, decimos.

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