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Publicado por
Antonio Núñez
León

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SI HAY SUERTE, el Ayuntamiento de León ahorrará este agosto cien millones de las antiguas pesetas -por algo se empieza- en la compra de un conjunto escultórico para la plaza de Puerta Castillo, que consiste en sesenta moscas de acero, un unicornio y un minotauro. El ahorro, a su vez, consiste en que no va a comprarse, al menos de momento, y el escultor ha cogido un considerable cabreo. Se llama Eduardo Arroyo, es de Laciana, pero, sobre todo, está muy cotizado por ahí fuera. Incluso tiene a su nombre más páginas en Internet que El Quijote. Sin entrar en consideraciones artísticas sobre las moscas que se pretende instalar en el viejo barrio de Santa Marina, que se suponen iguales a las que allí ha habido toda la vida, solo que acorazadas, debe felicitarse por una vez y sin que sirva de precedente al Ayuntamiento: en una barriada que ya de por sí se caracteriza por lo cutre de sus arruinadas viviendas con lo que iba a costar cada mosca de Eduardo Arroyo se podría pagar la entrada de un piso. Y puede garantizarse que las otras van a seguir allí, como siempre, en secular simbiosis con la falta de eficacia de los servicios municipales de limpieza. En cuanto al unicornio y el minotauro seguramente su simbolismo pegaría más cabe a la plaza de toros o la Chantría, donde vive lujosamente medio equipo de gobierno de la anterior corporación del PP, que los encargaron. Se dice esto, de paso, por si algún contribuyente quiere organizar con ellos, aunque sea a minotauro pasado, una corrida de rejones. Se queja amargamente estos días el artista Arroyo en prensa y radio de que su obra no ha sido adecuadamente valorada, a pesar de ofrecérsela al Ayuntamiento «a precio excepcional», palabras textuales. Lo primero podría ser y de lo segundo no cabe duda. Y a continuación ha arremetido en las ondas contra el exalcalde Amilivia, que por dos veces no le firmó el contrato, como un furioso violinista en el Vuelo del Moscardón. Le ha llamado, por ejemplo, estúpido, patético, inútil y pobre hombre, entre otras lindezas, a mayores de que sólo le hubiera encargado la escultura «para hacerse la foto por motivos electoralistas». A su vez Amilivia se ha limitado a responder a través de una breve y cortés nota de prensa, propia de uno que, en cambio, sí ha ido a colegios de pago, en la que dice que aprecia en lo que vale o más la obra del bohemio artista lacianiego, lamentando no poder pagarla porque ya no es alcalde y, como ciudadano privado, no dispone de tanto dinero suelto. Foto por foto cavila uno, como los retratistas de antaño, que para que la imagen dé bien, da lo mismo que se trate de un alcalde que de un paisano de a pie, lo mejor es espantarle antes las moscas al personaje. Incluso cuando luego con la higiene, los publicistas y las nuevas tecnologías la fotografía fija fue superada por la televisión los ejecutivos inventaron un concurso que consistía en descubrir dónde aparecía exactamente la mosca en la pantalla para cazarla. A lo mejor ya sólo quedaba una y de ahí lo caras que salen ahora las de Arroyo. A la hora de escribir estas líneas se desconoce aún cómo acabará la polémica sobre donde posar las dichosas moscas, cuestión en la que el nuevo equipo municipal de gobierno se ha pronunciado con un prudente y político encogimiento de hombros, también por si las moscas: se hará lo que democráticamente digan los vecinos del entorno y el propio artista. En cuestiones de arte moderno es difícil acertar, aunque a algunos les toque la lotería: hace apenas un par de meses los teletipos daban la noticia del dibujo de un niño inglés de no más de cuatro abriles que ganó el primer premio de pintura, pongamos que figurativa, en un certamen internacional entre grandes loas de crítica y público. Y el padre, que debía ser un cachondo, hubo de dar después explicaciones con británica flema. Ni que decir tiene que cualquier parecido entre este caso y el de las moscas es pura coincidencia, salvada sea la distancia generacional entre una y otra obra, así como el prestigio de ambos autores en el mundillo internacional del arte. Hay cosas que para los legos en la materia son un arcano. Sentadas estas premisas, hay que reconocerle al PP de León dos cosas: una, que no siempre tiene soluciones para los problemas, por ejemplo, los del entrañable barrio de Santa Marina, y, dos, que cuando no tiene problemas se los inventa. Sólo así se entiende que hayan sido sus propios concejales quienes levantaran en esta canícula de plomizas noticias, la polémica sobre las moscas de Arroyo para que se las compre el PSOE. A lo que el nuevo alcalde socialista Francisco Fernández podría constestar, naturalmente, aquello de que se las aten por el rabo.

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