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ALGO FALLA y nadie se pone a deshojar averiguaciones. León es una de las tierras que más visitantes recibe y, paradójicamente, una de las que menos ocupación hotelera registra. El lorito se caga y no lo explica. Constatada la vergüenza, se toma el fiasco a título de inventario o se organiza una rogativa de posaderos y mesoneros acudiendo a las instituciones públicas con un costal de cabreos y un pendón de agravios, protestando, llorando y exigiendo. El político en sus apabardas ni sabe ni contesta; improvisa o, como mucho, promete hotelito rural en cuadra vacía por cuya puerta pasarán sin volver la vista esos tropeles de gentes que no se ven atrapados por tantas sugerencias y maravillas como aquí decimos tener y ofrecer para pasmo y gozo. Escapan, le dan suela al trance y buscan su norte, que no es este (ni este oeste). Hinchan el verbo los folletines y folletones del despilfarro turístico con la grandiosidad de médulas o valdeones, monumentalidad inédita de catedrales y coqueterías mozárabes, vías históricas, jacobeas o bañadas en plata, castros, castillos, ríos de fábula truchera, montes de corzo y peñas de rebeco, botilladas y cocidamen invertido, festorrillos, piruladas medievales, procesiones, calderetas, chiflos, tamboriles, playas fluviales y océanos de adobe, parapenting, rafting, senderisming, cicloturisting o la repering en vinagring... Y nada, ni por esas. Huyen. No paran ni a dormir. ¿Por qué será?... León es tierra de paso, se disculpa el técnico de prospecciones turísticas que cobra un momio de las arcas públicas. Y pasan... el viajero y ese técnico. Si eso ocurre en agosto, que es tiempo de la única riada de guiris y foráneos, ¿de qué ubre y qué promesa piensa vivir nuestra promesa turística en otoños o inviernos?... O esto del potencial turístico de León es salva de pólvora mojada o los regidores de la cosa -instituciones y profesionales- son más romos que la punta de un colchón, cosa también muy probable. Quien cruza esta tierra y no detiene el paso es porque queda decepcionado o se va escocido. No hay más explicación. Tras una política incompetente, un aluvión de hosteleros salidos de reconversiones o de la pura especulación confirma la falta de profesionalidad y mimo que espera el turista que padece sus ansias por ganar aplicando el viejo principio: al ave de paso, cañazo.