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FUE LA NOCHE de Marte y no cayó en martes, que es su día de la semana, lo mismo que el lunes es el día de la luna; el miércoles, de Mercurio; el jueves, de Júpiter; el viernes, de Venus con sus meneos de catre; y el domingo, del dóminus, Señor. El sábado, aunque en anglosajón se le llama día de Saturno, no tiene dioses hechos planeta, sino cuño hebreo del Sabath, el día séptimo, el día que hay que descansar, porque así lo hizo Dios en la última jornada de la creación, aunque se ignora si el después volvió al tajo o, por el contrario, prolongó sine die su holganza, cosa que no pocos dan por segura viendo la gobernación de los días en manos de unos dioses que pasan del amor a la guerra en tan sólo tres días. Marte es ese dios de la guerra, el señor de las batallas, el que auspicia la la bronca y la rabia a muerte. Ayer nos besó la mirada a la noche el planeta de las batallas, el que tira de la sangre envenenada y de la pólvora. Su corteza anaranjada le convierte en el planeta rojo que enrojece a quien lo mira buscando en su nada la cara del dios y la orden de ataque. Los esotéricos, los agoreros y los que se explican con el libro de los influjos hallan en un solo telediario suficientes razones y violencias para llevarse la razón a su molino. Ahí está el incendio islámico con su traca de cartucho y tripas fuera; ahí revientan en el aire pakistaní taxis que te llevan al cielo en una bomba; ahí, en Irak o en Indonesia, anda la guerra in crescendo y con timbales. Arde la paz. Marte propicia. El musulmán cosido al fundamento vio en el acercado Marte de ayer un guiño luminoso de Alá como si fuera la bengala del inicio de la ira. Lo dijo un bebedor de astrologías como descubriendo claves o manteca asada. El descreído de al lado ensayó una pedorreta aduciendo con razón sobrada que muy poco debe afectarle a un moro con ínfulas el influjo de un dios romano muerto y amojamado, porque el Marte de un vendaval islamista es Sharon; y Bush, un Saturno que devora a sus hijos. Los dioses de la guerra y el planeta del cañonazo no duermen en los cielos; su cuna y su taller están en el corazón de los hombres donde no hay calendarios, ni ritos, ni días de tal o cual, sino sólo instinto o grandeza, catedral o caverna, codicia y exclusión. Tenía razón aquella pintada desaparecida de la casa del Pertiguero, junto a la catedral: «Veis lo que queréis».

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