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LE NACIERON leonés por registro en una casuca de roña y sin retrete allí donde la montaña se hace niebla resbalada y carbonilla, oscuro Busdongo de trenes y minerías. Hoy, descontado el beneficio de empresa, le caen al bolso particular cada día entre setenta y cien millones de calandrias. Cada día. Hay mañanas que ni usted ni yo juntos lo ganamos. De crío, el destino ferroviario de su padre le llevó a Monforte de Lemos y de allí a Coruña, donde fue carne de mostrador como pinche en una camisería. Se fijaba. Aprendía. Al poco, se puso por su cuenta a replicar batas de paisana, boatiné al canto. Que diseñen ellos. Después replicaba en barato los aires de moda pija y el dibujo de marcas caras, pero abaratando para el pueblo consumista lo que de otra forma no tendría. Se fue merendando el mercado. Amancio Ortega inventó un Zara que hoy cotiza en bolsa y provoca denteras en los caimanes del mundo del vestir. Se está adueñando del mundo. Pero en Méjico viene teniendo un rosario de atragantos desde que los mordisqueadores de aduanas y aeropuertos le colocaban en el brete del chantaje, que allí llaman astillas para una hoguera en la que se calientan todos. Le colapsaban la mercancía y aquello no fluía, hasta que compró un petrolero de desguace, llenó sus bodegas de telares, lo varó en aguas internacionales de aquel golfo y, desde allí, alcanzaba y nutría su mercado americano. Adiós astillas. Eso cabrea al manito de la mordida. Ahora los mejicanos quieren empurarle por colar en sus mercados prendas fabricadas en chinas, indonesias y otros paraísos de mano esclava, haciéndolas pasar por prendas españolas, que zurran más en caja. Podría tener que pagar aranceles con un recargo de hasta el trescientos cincuenta por ciento. Hay quien se alegra del zurriagazo. Así somos. Al que amasa fortuna, la sombra le sale envidiosa. O pedigüeña como un cuñado tuerto. Tal es el caso. Porque a Ortega ya le han ido llorando para que siembre en Cazurrandia algo de su ganancia en condición de paisanaje. Con otra fortuna leonesa en Méjico hicieron lo mismo. Cito al capital de Pablo Díez, que estuvo en trance, pero acabó espantado de este guirigay. A su heredero no le han girado siquiera una carta de gratitud por haber sufragado las obras del santuario de la Virgen del Camino sin llorar a las arcas públicas.