LA GAVETA CÉSAR GAVELA
Poetas de La Cabrera
EL PROFESOR cabreirés David Valdavido acaba de entregar a la imprenta de la Universidad de Barcelona, donde imparte clases de filología como profesor adherido, una novedosa Historia de la Poesía de la Cabrera . Yo hace muchosaños que conozco a Valdavido, nada menos que desde nuestra fugaz coincidencia en un campamento de reclutas en Colmenar Viejo, y he mantenido con él una relación espaciada, aunque siempre leal y cómplice. Hace unos días David Valdavido me envió por e-mail , desde Barcelona, su trabajo y corrí a imprimirlo, y, naturalmente, a leerlo. El texto es breve -unos cuarenta folios-, pero muy atractivo por inesperado e insólito. Yo le telefoneé a Valdavido en cuanto lo leí, y le pedí permiso para hacer una breve reseña periodística de los autores, a mi juicio más relevantes, que figuran en su antología. David me dijo que estaba conforme con mi propuesta, pero me pidió que esperara a que el libro estuviera en la calle. Y como la Historia de la Poesía de la Cabrera ha salido a la venta el pasado mes de julio -cierto que sólo en círculos universitarios-, me considero autorizado para sacar adelante esta introducción que, como es lógico, en ningún caso, ni por extensión ni por profundidad en el estudio, puede sustituir el meritorio trabajo del profesor Valdavido. De él debo decir que nació en Odollo en 1949 y que, aparte de su vocación docente, acaba de jubilarse como policía nacional, siendo su último destino la ciudad de Sabadell, donde alcanzó el importante grado de subcomisario. Tres escritores, entre la docena de los estudiados por David Valdavido, entiendo que destacan particularmente, y el primero de ellos, aunque sólo por razones de edad, es Américo Pestaña (1878-1953), un cartero peatón que siempre vivió en Pombriego y que, ya desde niño, tuvo gran afición a la lectura. Un día, el párroco de Castroquilame, conocedor de aquel gusto y muy agradecido por un gran favor postal que le había hecho el cartero -cambiar la fecha de notificación de un embargo- le regaló las obras completas de Rubén Darío, que Américo Pestaña no sólo leyó con avidez y emoción sin límites, sino que aprendió de memoria, en tantas lecturas que hizo, y de ahí pasó a ser él, también, un versificador que andando el tiempo escribió el libro Cantos del río color de barro (edición del autor, Astorga 1947). Se trata de una entrega muy desmesurada y bella, donde Pestaña canta a la Cabrera más remota, la más pobre, y la viste de ninfas en Saceda, de jardines colgantes en Noceda, de cisnes en Nogar y de tesoros en Marrubio. Casi contemporáneo de Américo Pestaña, pero nacido en la otra Cabrera, la que vierte sus aguas al Duero, es el oficinista lírico Istolacio Carrera (Truchas 1880-León 1957). Este autor abandona la tierra natal en 1891 para enrolarse en un convento de frailes en la tierra de Palencia, del que salió sin fe y sin futuro en 1899. A partir de entonces luchó con gran mérito por hacerse un lugar en la vida, y lo logró mucho después, en 1929, cuando logró plaza en el cuerpo de contadores del Estado. Istolacio Carrera es un poeta grave, oscuro, desolado. Porque así fue su vida tantos años y nunca la olvidó. Pero sus mejores versos cantan y vencen el dolor. Los peores, que no son pocos, según reconoce Valdavido, loan inútilmente su trabajo en la intervención tributaria. Por último citaré a Fermina Baíllo (Pozos 1919-Pozos 1951), mesonera de Encinedo. Mujer de una pieza, mujer de la Biblia, hizo versos de valentía a los guerrilleros del maquis, y pagó con la vida por ello, y por si eso fuera poco, sus poemas los quemó el ejército en la triste primavera de la muerte de Manuel Girón, del que se comentó estaba enamorada. Es, pues, una poetisa sin obra, porque hasta eso le quitaron. Pero su vida, tal vez, fue el mejor de los versos.