REFLEXIONES
Lava del todo mi delito
«FUERA, mancha maldita, fuera digo». Así gritaba reiterdamente en sueños la señora Macbeth tratando de olvidar el crimen que le robaba la paz. La sangre que había derramado no la abandonaba ni de día ni de noche. «Aquí hay siempre olor de sangre -murmuraba-. Todos los perfumes de Arabia no perfumarán esta manita». El mundo de hoy trata por todos los medios de ignorar, de negar y de olvidar esas manchas que la pluma de Shakespeare evocaba en la famosa tragedia. Mientras la desgraciada sonámbula recorría los salones del castillo, el médico susurraba que la señora Macbeth necesitaba más un sacerdote que un médico. El mundo de hoy piensa simplemente que las manchas del alma no existen. Y si existieran, bastaría un tratamiento médico para hacerlas desaparecer. Pero el mal moral existe y no es una fatalidad. Por más que nos empeñemos en negar nuestra libertad, somos responsables de las decisiones que tomamos. Doce puntos de maldad El Evangelio nos recuerda claramente con qué fervor los fariseos se lavaban una y otra vez las manos y con qué cinismo acusaban a los seguidores de Jesús de no practicar los mismos ritos religiosos (Mc 7, 1-23). Jesús no condena aquella antigua tradición de los lavatorios. Pero recuerda que la verdadera limpieza no la produce el agua. Porque la suciedad tampoco viene de fuera: «De dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad». ¡Doce pecados! El número doce es realmente elocuente por sí mismo. Puede significar la plenitud del bien, pero también la acumulación del mal. He ahí un auténtico catálogo de doce tentaciones. Son una buena advertencia para los que decimos no encontrar pecado en nosotros mismos. Y son también un aviso para los que ponemos el mal en las estructuras, como si ellas nos obligaran a ser malos. De lo más profundo del corazón brota esa ponzoña que envenena nuestras vidas y nos aleja de la paz. Los labios y el corazón Alejarse. Ése es el gran riesgo. Alejarse del Dios de la paz es la causa de la desarmonía. Así lo dice Jesús. "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". ¿ «Este pueblo me honra con los labios». No nos faltan palabras para tratar de convencernos de la riqueza de nuestra fe y de la bondad de nuestra conducta. Hacemos declaraciones que se parecen a las de un discípulo del Señor. Y lo invocamos como si fuera nuestro Señor. ¿ «Pero su corazón está lejos de mí». Deberíamos estar cerca, sabernos amados por Él y responder a su amor. Parecernos a Él. Pero estamos lejos. Estar lejos de él significa no asemejarse a él, según escribía San Agustín comentando el salmo 94: «Si con las buenas costumbres nos acercamos a Dios, con las malas nos alejamos de él». «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado¿ Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme». (Salmo 50).