Diario de León

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IGLESIA DE ESPADAÑA, campanil de conventín, campanón de toque a muerto, coro de tabla, pórtico de teja y concejo, ábside de ladrillo con primor albañilero y mudéjar, sacristía de tiempo fosilizado con santos de palo en su rincón y una cómoda de cajonería inmensa para guardar las viejas casullas de guitarra con la que se oficiaba de difuntos, cementerio canijo a la espalda, portón de roble, artesonado que cruje, retablo que gime, párroco que ya no hay, sacristán de ochenta y tres, paisanucas que musitan una novena sin preste ni predicador, un san Roque viudo de devotos, un san Isidro sin bueyes, con motocultor y en la mano un recibo al cobro de la pensión, flores secas en el jarrón de santa Catalina, bancos con tablón de chopo y negrillo, el eco de una salve muerta encajado en las vigas, verdín en los muros, tarima de polvareda, lamparilla en parpadeo final, silencio crudo, cigüeña ausente... Esa iglesia de espadaña la diña sin remisión. Las de otros doscientos pueblos, también. Se arruinan. La diócesis sólo puede con el diez por ciento. Y de lo poco que se restaura, casi todo es donación privada. Lo público se inhibe en su limosna. Ni gentes ni entelequias vecinales están por revolcar la muerte de sus muros con vieja hacendera, purriendo esfuerzos, apecando con su fe carbonera. Y cuando no queda más remedio que hacerlo, la obra es a veces impostura, ostentación de donante, avergonzamiendo de la humildad de estos pequeños templos populares que sufren el maquillaje de su viejo tapial o losa alicatando el mal gusto con plaqueta, huyendo de una bellísima pobreza que delata un origen que pretendemos esconder. Hay obras de estas que desfiguran el dibujo original, trampas de aluminio, portones de garaje y florones de plástico que hacen llorar a las Vírgenes. Hay iglesionas del bajo Esla cuyas torres reinventadas y picudas le dan al paisaje un aire luterano. Cuando no había dinero y sobraban ganas, subía el pueblo piedra y barro para arreglar la torre y en aquellas iglesias el tiempo parecía eterno. Así que hoy la iglesia de pueblo que no muere la revisten de barato y chapuza. Antes no había arquitectos. Pero aquellas iglesias fueron las catedrales de nuestra infancia. Y, lo mismo que a nuestros recuerdos, el trance de demolición las mira.

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