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EN DEMOCRACIAS ciegas el dedo tuerto es el rey, dedo que signa; y designado está. Un dedo tieso es el cetro de quien pita, manda y no está ungido o coronado. El dedo de Aznar cuenta en los goles más que la mano divina de Maradona y por la escuadra de Rato ha entrado un pepinazo que sube al marcador chafando al quinielista. El árbitro es caserillo y ha valido aquello de «jamás nombres en tu sucesión a alguien que pueda brillar más que tú». Rato y su brillo han sido relegados a ser bronce lucido en el hall de los poderes en capilla, guarnición de futuras ensaladas. Le valió a Rajoy en su meritaje aquel alarde de sagacidad y propectiva cuando al visitar las playas emponzoñazas de pegote y brea petrolera le indicaron al Señor de los Hilillos: «Señor ministro, señor ministro, mire un cormorán muerto»; y don Mariano, poniendo la mano como visera sobre los ojos, se puso como loco a escudriñar el cielo en todas las direcciones preguntando «¿dónde, dónde?»... Este es nuestro hombre en La Habana, habría dicho Graham Green, o sea, en La Moncloa. Adjudicado el cargo a la de tres en esta terna. Para tí la perra gorda. Rajoy es el que mejor imita a Aznar cuando en romerías gallegas con empanada de lamprea y cabezada se coloca el jersey sobre los hombros anudando las mangas sobre el pecho, seña de la casa que es la mayor informalidad vestimental a la que se atreve la pijotería del lacós. Rato no apea la corbata ni en la coyunda y luce unas camisas de espanto bancario, de raya y rosa. Mala señal. La lealtad al jefe está consignada en llevar el suéter como rebeca y pasar un día al año en un monasterio como lo ha sido Silos en la dinastía aznarí. Rajoy con Fraga hace lo mismo en Samos o en Oseira, retiro espiritual del ejecutivo gallego. Lo de fumar habanos de plusvalía castrista se lo han pasado por alto porque su pinta de delegado de curso y vocal del movimiento juvenil San Estanislao de Kostka le venializa el vicio... Otra cosa piensa el peatón en esta saga sucesoria: en las democracias tuertas el poder es puro trono, patrimonio particular, así que el dueño del solio se siente legitimado para transferirlo. Feo ejemplo. Y añádase a este caso regio el imperio de una ley sálica que excluye a las paisanas del poder y del bacalao. Loyola, chata, primor de Bruselas, en otra reencarnación será.