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NIÑOS GORDOS, pisos caros, nenas pijas, coches fantasmas... Son las coordenadas de lo que viene y en lo que estamos. Obesidad y ladrillo, gimnasio y dinero negro. Si no fuera porque ahora no se come pan, se diría que los centros escolares están llenos de «empanizaos», botijines ya a los cinco años, ceporros con dibujo de cebolla valenciana, marigordis de instituto con un culo tan descomunal, tan enorme y gigantesco que, cuando van a cagar al campo, lo hacen fuera. Es el drama norteamericano de la obesidad enfermiza, pecado de grasa en la patria de los tragones que ahora establece nueva colonia en Celtiberia, aquí y en Móstoles, donde ya no hay alcaldes que griten un bando de independencia y sublevación por la invasión de diez ejércitos de hamburgesas y pastelitos que tienen sitiada a la cocina tradicional y a la nutrición cabal. El quince por ciento de nuestra población infantil redondea el perímetro con lorzas de sebo. Adelgaza la colombiana contratada como mucama por dos perras y se entripa la señora que ya no hace ni una cama porque aloja su hastío y depresión en un sofá del que sólo se levanta para ir al frigo o al híper. Tele, butacón y frigo son la madre de este cordero. Al estrés, con chocolate. La ansiedad vital, con tarta de queso se cura. Y dale que te pego. Cuando no había pleisteision ni dibujos animados, devoraba el guaje platados de lentejas y unos bocadillos de hogaza que quemaba a continuación en carreras, callejeos y maldades, pero desde que van al cole en autobús y grapan el trasero ante un videojuego, esos zoquetillos tienen gravísimos problemas en embutir sus carnes en la pernera del vaquero y extrema dificultad para levantar la pierna y superar un bordillo. En otros tiempos se decía del zampón gordinflas -hazmerreír del patio y chivato en clase- que su madre lo había criado con pelargón, milagroso invento farmacéutico, mientras a los demás alcanzaba como mucho el aceite de hígado de bacalao. Hoy les entripan con mierda de quiosco. La gula es ley. Ahí está, valga de ejemplo, lo que queda del crío que en una boda le pidió a su padre que le pasara otro pastel. ¡Bestia, animal!, le replicó, pero si ya has jalado veintisiete; si comes uno más, tan sólo uno más, te juro que vas a reventar. Bueno, papa, alegó el tragón, pues entonces dámelo... y apártate.

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