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Publicado por
Antonio Núñez
León

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El nuevo alcalde de León, Francisco Fernández, ha decidido que a partir del año que viene los vecinos puedan intervenir directamente en los órganos de gobierno municipales sumando sus propias propuestas a las de los concejales de turno, muchos de los cuales destacan por no tener ninguna. Se trata también de interesar a la gente en la gestión de los asuntos públicos, que últimamente han perdido audiencia en favor de Operación Triunfo o el Gran Hermano que nos toma por primos y en detrimento de la política, hasta el punto de que también Herrera ha tenido que contratar a Café Quijano para promocionar a la Junta, tan pasota está el personal. Desde los lejanos tiempos del griego Pericles, salvo en los contemporáneos, aunque no menos distantes, cantones suizos a nadie se le había ocurrido una idea así. Ahí es nada: se planta uno en el Pleno y, cuando menos lo espera el alcalde o el concejal Fulano entre discurso y rollo o viceversa suelta aquello de «¿muy bien, pero qué hay de lo mío?». No es mala idea, aunque pueda volverse loco el secretario, poner a un vecino detrás de cada concejal a modo de carabina para que controle las sesudas reuniones del gobierno municipal, como cuando deciden sobre el tráfico (aquí convendría poner a un taxista y no a un guardia), los ruidos nocturnos del Barrio Húmedo (menos un sordo, un insomne o un astemio) o el déficit multimillonario del matadero municipal (un vegetariano). Area por área bastaría con cuidar que, por ejemplo, en las comisiones de urbanismo no se colara un constructor (pohibida la entrada a toda persona que «no» sea ajena a la obra) o en las del plan municipal antidrogas a un camello. Por lo demás, bien. De momento la participación vecinal que está alumbrando el alcalde Fernández se limita a que el ciudadano de a pie tenga voz pero no voto -se supone que tampoco sueldo- en las diferentes comisiones municipales que, por lo demás, son ya por ley meramente «consultivas» y no sirven para nada por mucho que levante acta el secretario. Incluso en los plenos de ahora cada vez que se barrunta follón los partidos ya suelen atizar a las asociaciones vecinales que controlan -las hay de todos los colores, pero ninguna apolítica- para patalear en el salón de sesiones cuando se aborda el punto tal o cual del orden del día: las antenas de telefonía móvil, que según algunos perjudican seriamente la salud y han hecho que en determinados inmuebles le haya vuelto a bajar la regla a más de una nonagenaria (si bien nadie despega el teféfono celular de la oreja); la conservación de la última tasca con soportales en la Plaza del Grano, aunque sea de adobe, en nombre del patrimonio socioarquitectónico; o la construcción de un centro cívico en cada barrio para concienciar a la gente de que no escupa en la calle y, de paso, pueda jugar a la brisca o al tute con el carajillo a precios politicos (ningún centro de estas características cuesta menos de dos millones de euros, y no digamos mantenerlo), etcétera. La idea del alcalde Fernández es que la participación vecinal se canalice a través de las asociaciones de barrio, que, como ya se dijo, están, a su vez, controladas por los partidos de izquierda, mientras que la derecha tiene su feudo, más bién, en las cofradías de Semana Santa. Así que la propuesta, con no ser mala en sí misma, huele a tongo. Hay que objetarle como mínimo dos cosas. Si los vecinos vamos a gestionar directamente el Ayuntamiento a partir de ahora, sobran todos los concejales, empezando por el alcalde. No están las arcas municipales para despilfarrar sueldos con cargo al contribuyente. Y seguramente con tanta democracia directa también estaban de más las elecciones, de forma que lo más coherente es que Fernández y los suyos presenten ya la dimisión, dado que, según ellos mismos, nos vamos a encargar los demás de administrar personalmente los asuntos del procomún. Y, segunda, puestos a democratizar, ni asociaciones de barrio ni leches. Todos por libre y a mano alzada, como en Suiza. Hay ahora debates en los que a uno le gustaría meter baza. Es el caso, por ejemplo, del edificio Pallarés, que ha costado 1.400 millones de las antiguas pesetas entre comprarlo, remodelarlo para museo y, ahora, convertirlo en «taller informático» (un locutorio telefónico, pero de Internet y a lo bestia). Servidor presentaría al Pleno una moción muy simple, del estilo de «mire usted, señor alcalde, no maree más la perdiz y déjelo como estaba al principio, o sea un eficaz almacén donde uno pueda comprar la sartén de toda la vida sin desplazarse a Continente o, los más técnicos, el microondas». Se ve que en el Ayuntamiento no tienen nada que hacer ni se les ocurre nada. Siendo biempensados, tal vez por eso piden ahora la participación vecinal.