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CUATRO BALAZOS en el corazón y abandonado en un solar. Fue víctima temprana de esta ciudad en un 36 de ira sangrienta y ceguera de razón. Y fue un tres de septiembre. La falangistada cazurra le signó como carne de revancha y como aviso a navegantes de que la galerna incivil desataría sus furias y ejecuciones sumariales. Sesenta y siete años después, hace unos días, se planteó en su casa la conveniencia y obligación reparadora de insertar en la prensa local una esquela de recordación y dolor, la esquela que entonces no le pudieron poner y que el silencio del Régimen sepultó con mofas y miedo esparcido durante tantas décadas. Las nietas del paseado conciben la inserción del recordatorio como un mínimo gesto de compromiso con una deuda impagada e inaplazable. Bajo el nombre de aquel ejecutado por pistoleros de saña y rabiosa mezquindad rezaría en esa esquela que tampoco ahora verá la luz el último título de su vida que le trajo la muerte: «Vilmente asesinado». No más; ni siquiera la extensa relación de cargos, profesión y méritos, que los había y en las actas de la cercana historia constan. Vilmente asesinado. Así lo fue. Ni siquiera un paripé de juicio o simulacro de legalidad tuvieron con él. Fue crimen concebido en sala de banderas y perpetrado por sicarios inflamados de patria justiciera y aniquilación del contrario, una fiebre de odio que prendió en contagio, infectó a todos y costó la devastación del país. El paseado del que hablo no perteneció a partido político alguno y no podían endosarle más delito que su confesado pensamiento liberal, el mismo que hoy predican y sostienen como patrimonio ideológico propio los nietos de aquellas derechas. Era abogado del Estado, miembro descollante de la burguesía leonesa, gerente y fundador de la Sociedad de Aguas, letrado de pro. Defendió en estrado a procesados de la revolución del 34. Ahí debieron nacerle las tirrias sarracenas que dieron con su vida acribillada en un solar cercano a San Marcos, abandonado como perro, cuerpo a barrer de madrugada. Antes se escuchó en boca del jefe local de Falange: «Mucha alpargata se ve, mucha alpargata junto a la tapia del cementerio, pero quiero ver ya algún zapato». Y así fue. Su prudente hija disuadió a sus nietas de insertar la esquela, pero aquí rompo ese silencio. Mañana explicaré.